Bernard N'Zutani |
Había nacido en el Congo, antes de la alfabetización y de la expansión de la radio y la televisión en su país. Cuando no existia otra forma de trasmisión de la cultura que la oral.
Por entonces no hubiera tenido sentido preguntarle ¿qué quieres ser de mayor?
Bernard habría abierto sus grandes ojos vivos, repletos de perrplejidad ante la pregunta y la respuesta no hubiese sido muy distinta a esta:
¿Acaso puedo soñar con desempeñar otro oficio que el de griot? Mi destino ya está trazado. Mi lengua sustituirá a la de mi padre, mis pulmones a sus pulmones y mi mano ocupará el lugar de la suya sobre el mvet, la citara de cuatro cuerdas. Entonces mis labios serán la llave que abrirá el cofre de las palabras. Porque mi padre habrá depositado en mi cuerpo, como en un recipiente, la memoria que recibió, a su vez, de sus padres. Y conservaré, mezclados a la sangre de mis venas, eI origen de todas las cosas, los hechos de nuestros antepasados, la sabiduría de los que nos precedieron y el secreto del porvenir cuya semilla está en el pasado, pues el mundo es antiguo.
Bernard N'Zutani |
E1 pequeño Bernard pertenecía una cultura cuyo único soporte era la palabra hablada, una palabra que no se llevaba el viento pues existía una casta de hombres y mujeres cuya misión era conservarla y trasmitirla. Quien nacía dentro de esa casta sabía que sus padres no sólo le habían trasmitido la vida, sino también el don de la palabra como una fatalidad.
Aprendió de memoria lo que otros pueblos guardan en bibliotecas y, hoy día, confiamos a los soportes electrónicos. A los catorce años acompañó a su padre a tañer la kora o la nkoni, semejantes al arpa y a la guitarra. Y observándo cómo su padre hablaba en público, se inició en las múltiples artes de la oralidad. Aprendió aexpresarse mediante imágenes simbólicas, a variar el ritmo de las palabras, a yustaponer los tonos, a dominar la respiración, en proyectar la voz, a alargar las sílabas para crear el efecto dramático, a improvisar para otorgar frescura y verdad a las tradiciones, rescatándolas para el presente.
Bernard N'Zutani |
Pero de pronto todo cambió. Casi de la noche a la mañana, la antigua organización social se desmoronó. Bernard:, convertido ya en un joven, siguió Ios pasos de muchos griots e intentó adaptarse a otros oficios, porque los hombres ya no querían escuchar las palabras que venían del pasado, sino otras distintas que sirvieran de conjuro a la extrañeza y la confusión del presente o, al menos, acallaran sus temores.
Griot con arco musical |
Como tantos africanos tuvo que emigrar. En París, a donde le condujeron sus primeros pasos, vivió algún tiempo en un desván repleto de trastos inservibles. Su equipaje de viejas palabras le pareció que no tenía más valor que aquellos objetos deteriorados e inútiles. El largo aprendizaje que había sido su infancia, los mitos, las leyes de los suyos, las canciones de gesta, los proverbios, los cuentos populares, las fórmulas para provocar la lluvia o favorecer la cosecha, los conjuros para ahuyentar la enfermedad o la muerte, se convirtieron en un puñado de palabras irreales.
Aún así es dificil borrar del todo los recuerdos y, de vez en cuando, las viejas palabras saltaban hasta sus labios y contaba alguna historia a sus amigos, acompañándose del dulce tañido de la kora. pero se convenció de que el destino que trazó su nacimiento, un destino que había creído inexorable, no se cumpliría jamás.
Kori |
Sin embargo, su presencia se convirtió en la sal de todas las reuniones y fiestas de la comunidad de emigrantes africanos. Con el el aire se poblada de sonidos familiares y se mitigaba el ruido indescifrable de la urbe. ¿Cómo celebrar una boda o el nacimiento de un niño sin recuperar los propios gestos perdidos y reencontrados en los gestos del griot? Y cuando Bernard terminaba sus relatos con la fórmula de salida tradicional - Vuelvo a poner mi cuento alli donde lo recogí - pensaba que volvía a situar a su auditorio en el inmenso continente del que todos habian sido arrancados.
Poco a poco empezaron a requerirle en todas partes donde se reunía un grupo de africanos.. Abandonó el oficio ocasional del que se sustentaba - por entonces trabajaba como albañil - y volvió a vivir como un griot. Algúnos franceses asistieron a sus sesiones y le reclamaron en centros culturales, colegios e institutos. Descubrió que existe también un Africa oculta bajo la piel blanca.
Yo pude comprobarlo en aquel Festival de Narración Oral, junto a mi buen amigo Antonio González Beltrán. Bernard N´Zoutani nos mantuvo en suspenso y maravillados, como a la totalidad del publico que abarrotaba el teatro. Ejecutaba el oficio para el que había sido formado desde niño, a pesar de que se encontraba a miles de kilómetros de la aldea que le vio nacer; a pesar de que se dirigía a unos ojos y oidos educados en una tradición radicalmente distinta; a psar de que pertenecía a una época en la que los canales para la trasmisión de la cultura son otros. A pesar de todo su destino se cumplía. Su implacable destino de griot que, ahora sí está seguro de ello, jamás podrá eludir
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