jueves, 31 de agosto de 2017

El Mago Sun en el Teatro de la luz

 
 
Hace ya bastante tiempo que las «grandes ilusiones» dejaron de ser la asignatura pendiente del ilusionismo español. Y aunque aún tienen camino por recorrer, han conquistado espacios que les estaban vedados. Años atrás hubiera sido impensable ver un espectáculo de magia en los teatros de la Gran Vía de Madrid. Hoy la niebla se ha disipado y pueden coincidir hasta cuatro espectáculos que exploren la percepción o el misterio.

La otra tarde, atravesé las puertas del Teatro de la Luz para disfrutar la magia espectacular del mago Sun. Realmente espectacular. Sus ilusiones tienen el sabor a barco de guerra de la gran magia americana, que en los tiempos  del jazz fue capaz de serrar en dos a una mujer o hacer desaparecer un elefante y, en tiempos más cercanos, borrar del mapa un avión o hace levitar a cualquiera en cualquier sitio. Un sexto sentido tecnológico y un séptimo sentido; el del espectáculo.  
 

Sun, inicia su actuación con la rapidez con que se hundió el Titanic. Como un torbellino. Una rápida sucesión de efectos tan  fuertes como veloces –cualquiera de los cuales podría cerrar una sesión – que podrían adoptar la divisa de Horacio Goldin: «Atención,  Señoras y señores: No pestañeen. Se arriesgan a perderse alguna ilusión». También Fu empezaba embriagando con magia. No es fácil, hoy día, llenar el enorme abismo del escenario, ilimitado como una pantalla. Y Sum  lo logra. Olas de magia, «bailarinas-partenaires» que aparecen y desaparecen con temblor de libélulas.

El espectáculo es convincente. Hay muchos efectos atractivos. Fantástica « lavadora», formidable «levitación», impresionante «acuario». Destacaría por encima de todos la evocación de Blackstone y su teatro al revés que mantiene intacta la capacidad de sorpresa de la gran magia que hace temblar el ojo con lo invisible. Me encantó. Demuestra cómo un buen guión es una trasfusión de sangre fresca para os viejos efectos.
 

Pero lo que me realmente me hizo quedarme embobado en la cuarta fila del patio de butacas fue percibir lo que no se ve. Una emoción no fingida. El mago Sun, su semblante tierno, contemplándose a sí mismo haciendo un gran espectáculo. Sus manos blancas, sus dedos casi de niño, convirtiéndose en las garras de tigre de un mago de las Vegas. Esa facilidad de andar y desandar por el tiempo, de regresar a una época lejana, en la que la fascinación de los secretos le convenció de hacerse ilusionista, es la que convertía su magia en un deseo realizado.

 

No os lo perdáis. Quedan pocos días

MAGIC SPECTACULAR - MAGO SUN.  Teatro de la Luz, Gran Via, Madrid

Has el 3 de Septiembre

domingo, 11 de junio de 2017

Sesión de noche en Magia Estudio


Borjo Meyer, Ricardo Sánchez, Eden Herrera, Ana Martínez y Ramón Mayrata
La magia es una forma de mirar el mundo. En los años 80 yo viví en la calle San Mateo de Madrid  y pude comprobar cómo, día a día,  el niño genial llamado Juan Antón, la ternura de Encarnita y el prodigioso bigote casi espiritista que siempre sobrevolaba los labios de José Luis Ballesteros, otorgaban ojos verdes, azules, amarillos y negros a los objetos que poblaban Magia Estudio. La magia es una forma de mirar el mundo. Por las noches, cuando Encarnita y José Luis se marchaban, los objetos –la mayor parte eran juegos de magia – se animaban y hacían magias los unos a los otros. ¿No os lo creéis? Ya os he dicho que yo vivía enfrente y me llegaban retazos de charlas, exclamaciones, suspiros e, incluso, aplausos desde el otro lado de la puerta cerrada.  

Foto: Corina Arranz
La magia es vida, vida que se niega a limitarse y a extinguirse. Desde hace tres años Ricardo Rodriguez y Eden Herrera se hacen cargo de este lugar poblado de enigmas cotidianos que esconden un sentido más profundo de lo real que lo que habitualmente tomamos por real.  Han recogido el maravilloso legado de Encarnita y Jose Luis reencarnándolo – oportuna palabra -. en su impronta, su estilo, su modo de hacer, sus ideas y proyectos  personales.

Ricardo Sánchez
Ricardo es sobre todo un explorador que busca magia como otros buscaban antaño El Dorado. Le aqueja la fiebre de la magia en lugar de la fiebre del oro. Reconquista para la  magia los rincones más recónditos de los libros y, también, lugares inverosímiles, como algún paraje remoto del Golfo Pérsico. Es además editor, escritor secreto, tal vez un místico.

Eden y Cooper
Eden transita por la tienda como por los sueños, seguida por la figura mítica de un perro negro. La artista que hay en ella ha logrado sobornar a la filósofa que habita en ella también. Y así las ideas están al servicio de crear otros mundos posibles.  Hace poco ha descubierto que ciertas plantas hacen magia a las mariposas y alteran su percepción.

Son sujetos improbables, pero no inverosímiles. De hecho podéis visitarles en San Mateo, 19, si queréis  comprobar que no son una invención mía. Se han unido a un tercer sujeto  apellidado Meyer, que ha adoptado un nombre propio de Bela Lugosi : Borjo.

Borjo Meier
Borjo Meyer hace una magia incandescente.  Es una especie de torbellino de fuego refrescante que hace magia y reduce a cenizas todas las teorías aceptadas sobre la presentación, la charla, la cobertura… En sus orígenes perteneció a los magos transgresores. Es un anarquista de la magia – aunque él no lo sabe – y un activista  pro derechos mágicos de la humanidad.

52 Fotos / 52 Magos
 
Ayer por la noche, pasaba por delante, de Magia Estudio y escuché rumores que me resultaron familiares al otro lado de la puerta. « ¡Caramba!  – pensé – Los objetos siguen con sus veladas de magia interminables. ¡Cómo le hubiera gustado esto a Julio Cortázar!» Fue pronunciar la palabra Cortázar y la puerta se abrió. Y allá dentro, ajenos al tiempo, pero no al espacio, estaban Borjo, Ricardo y Eden – con una iluminación similar a la de «Las Hilanderas» de Velázquez -, tejiendo magia con los hilos del alma de Magia estudio, con las sonrisas de Encarnita y Jose Luis, con los hilos de sombra de todos los magos convocados en las fotografías de las paredes – 52 magos como cartas hay en una baraja - y, con un hilillo de vino rosado como sangre fresca.

jueves, 8 de junio de 2017

Maravillosa sesión de linterna mágica


 
Sergi Buka, Jordi Sabartés y Rosa Serra
en  Lucis et Umbrae, Teatro Nacional de Cataluña. © May Zircus/TNC
 
Sergi Buka ha logrado algo muy difícil de conseguir: ofrecer una maravillosa sesión de linterna mágica en un teatro. En su origen, a pesar de ser un espectáculo eminentemente escénico, las linternas de los ambulantes no reunían las condiciones de visibilidad adecuadas para emplearse en los teatros debido a la debilidad de la fuente de luz, la falta de nitidez de los cristales y las deficiencias de las lentes. Con el tiempo estas carencias se subsanaron y la mejora de las linternas de proyección permitió combinar  linternas dobles, proyecciones frontales y traseras, ajustar los efectos sonoros y utilizar máscaras para realizar  sobreimpresiones y fundidos, desvanecer una imagen en otra,  sugerir  transformaciones y metamorfosis.

Sergi Buka © May Zircus/TNC
Estas posibilidades dramáticas franquearían a la linterna las puertas de los teatros. A finales del XVIII alcanzaría su madurez escénica con la fantasmagoría y, en el XIX, ampliaría sus posibilidades expresivas con los cuadros disolventes que suscitaban la ilusión de movimiento y las mutaciones.

Buka ha demostrado que la linterna es un espectáculo que posee sus propias posibilidades expresivas y una poética específica. Sin duda, desde el momento mismo de su invención hasta que se generalizó su uso doméstico en la segunda mitad del siglo XIX, la linterna fue considerada primordialmente un dispositivo de magia, un artilugio capaz de hacer visible lo invisible.  Pero lo que le otorga las características de un lenguaje artístico no es la ilusión visual  sino los deseos que la impulsan, su capacidad para acceder al ámbito de lo fantástico y maravilloso, de agitar las sombras en la efervescencia de la mente, de convocar a los espectros de un mundo fantasmal que no acaba de desvanecerse en nuestra psique.

Sin esta poética, es decir sin optar por lo mágico, sin optar por la introspección en un mundo donde  todo es posible, las
Placas de linterna mágica
proyecciones de linterna en poco se diferencian de una proyección de diapositivas. Buka descubrió hace muchos años – tal vez seducido por la colección de placas del Museo Tomàs Mallol  de Girona – un universo estético. Es lo que diferencia Buka de otras que ven  en la linterna mágica sólo un eslabón de la cadena tecnológica que conduce a la invención del cine. Para Buka la linterna sigue siendo un valioso y legítimo instrumento artístico que posee un lenguaje capaz de crear mundos propios y otorgarles significado y valores afectivos.

Sombras © May Zircus/TNC
Durante años Buka ha reunido una colección de placas, escogidas con una sensibilidad especialísima y el propósito de realizar un espectáculo en el que las imágenes traspasen los límites de lo real y lo representado. Placas que permiten efectos de trasposiciones, cambios y metamorfosis: Bosques que envuelven el cuerpo de una mujer, seres a los que les crece la nariz,  palacios edificados en las nubes, monstruos, gigantes, esqueletos, demonios y aparecidos, paisajes lunares, el horror, nuestros terrores, y así mismo, los deseos, sueños e ilusiones.

Jordi Sabartés © May Zircus/TNC
Esto es lo que Buka ha logrado mostrar en su maravillosa sesión de linterna mágica, hechizando a los espectadores. A ello ha colaborado la música especialmente concebida por Jordi Sabartés y ejecutada en directo. ¡Qué temblor otorga la música en directo al cristal proyectado¡

“ Lucis et Lumbrae" es, también, una obra de teatro, en la que la magia de Buka y la música en directo de Sabartés  no llegan a coincidir , casi en ningún momento, con la dramaturgia de Szpunberg, ajena a lo que sucede en el escenario, y una dirección de escena que parece darles la espalda.  

miércoles, 5 de abril de 2017

WOODY ALLEN Y LA MAGIA

 
Scoop





 En mayo de 1952 un mago adolescente  publicaba un juego de cartas de su invención en la prestigiosa revista de magia Genii Magazine (*). Tenía 17 años y todavía se llamaba Allan Königsberg. Desde niño vivía rodeado de barajas, pañuelos de seda, cubiletes cromados y bolas de esponja. Fue  la primera evidencia pública de la dilatada  dedicación a la magia del quien adoptaría el nombre de Woody Allen. Durante los seis decenios siguientes ha expresado su convicción de que la magia es un arte escénico particularmente adecuado para provocar  un germen de inquietud. Incluso me atrevería a decir que utiliza la magia en su obra como  principio reactivo frente al desencantamiento del mundo provocado por la  racionalización cultural y la convicción de que todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión.

 

 

Por ello forma parte de un club excepcionalmente exclusivo, en el que comparte sutilezas con  Aretino, Cervantes, Nodier, Dickens, Rimbaud, Roussel y Orson Welles. Para ellos la magia no es la respuesta pero plantea incontables preguntas. Este es el motivo por el que Woody Allen inyecta altas dosis de magia en sus películas: con la intención de convertir las percepciones imposibles, los encantamientos y, también, las decepciones en otras tantas interrogantes sobre el sentido de la existencia, los deseos humanos, la ilusión, la decepción o el engaño.  En “Recuerdos” (1980), Sandy hace levitar a  Jessica Harper en la soledad de la naturaleza. En la obra teatral “La bombilla que flota”. Paul Pollack.  un embrión de futuro mago,  se esconde del mundo exterior, refugiándose en las ilusiones de su cuarto.
 
  En “Broadway Danny Rose” (1984), un  hipnotizador fracasado no logra despertar a la espectadora en trance. En “Edipo reprimido” (1989), el gran Shandú hace desaparece a la madre del abogado Sheldon Mills, aunque reaparece en el cielo de Manhattan para revelar a todo el mundo detalles denigrantes de su hijo.



En “Alice” (1990), el Dr. Wang propicia mediante unas hierbas mágicas que Mia Farrow se libre de su estúpido marido y desaparezca en la noche. 





 En “La maldición del escorpión de jade” (2001), C. W. Briggs, un investigador de una compañía de seguros, es hipnotizado por el mago Voltan, quien, con las palabras “Constantinopla” y “Madagascar”, controla su voluntad y le impulsa a cometer robos que luego deberá  investigar. En Scoop (2006) el ilusionista Splendini hace regresar del más allá a la víctima de un crimen que le revela la identidad de un sangriento asesino en serie.

En "Magia a la luz de la luna” recurre una vez más al ilusionismo para suscitar el dilema unamuniano sobre la necesidad de creer: La incógnita que atormentaba a su personaje el párroco Manuel Bueno. ¿Es preferible vivir feliz en una ilusión o enfrentarnos con una verdad que nos  hará desgraciados?

La acción de la película sucede en la década de los veinte del siglo pasado. Relata el viaje a una luminosa Costa Azul de Stanley, un mago escéptico y ateo como Allen, con intención de desenmascarar a la joven y atractiva espiritista Sophie. Stanley, conocido con el nombre artístico de Wei Ling Soo, es un hibrido de dos magos de la época.
 Dentro del escenario, se inspira en Chung Ling Soo, exponente de los grandes espectáculos de magia teatral que competían con la ópera en popularidad y en la ambición de convertirse en una obra de arte total. Con suntuoso vestuario y escenografía realiza tres juegos característicos de aquel tiempo. La desaparición de un elefante, la mujer cortada en dos y una transportación instantánea desde un sarcófago herméticamente cerrado hasta un sillón situado al otro extremo del escenario.   De Chung toma junto a la capacidad de realizar imposibles, la doble personalidad: pues se trataba de un americano disfrazado de chino.  




    
Colin Firth
Fuera del escenario se inspira en Harry Houdini, quien en 1923 rompió hostilidades abiertamente contra los espiritistas, suspendió sus actuaciones mágicas y recorrió Estados Unidos ofreciendo conferencias en las que denunciaba los fraudes de los médiums.
Con ingredientes de estas dos grandes figuras de la magia, Stanley se convierte en un personaje de doble y paradójico semblante. Adopta una doble personalidad, haciéndose pasar por un mago asiático. Cuando  se arranca la careta al finalizar la función, se pone  el traje de calle y se transforma en un hombre cerebral, racionalista convencido, en cuya existencia todo es previsto y calibrado para lograr sus objetivos.  

John Malkovich en « El gran Buck Howard 
Actores extraordinarios han interpretado con distintos matices el papel de mago en el cine. Georges Méliès se interpreta a si mismo; Buster Keaton en « Mixed Magic»;  Tony Curtis en « Houdini » ; Orson Welles en « Casino Royale » y « Fake» ; Hugues Jackman y Christian Bale en « Prestige » ; Edward Norton en « El ilusionista » ; Anthony Hopkins en «  Magic » ; Hal Holbrook encarnando a   Dai Vernon en los « Maestros del juego » o John Malkovich en « El gran Buck Howard ».


Ninguno tan petulante, patético, cínico y ególatra como el mago que encarna Colin Firth. La caracterización casi hace inverosimil que sea capaz de experimentar sentimientos y emociones. Este escollo origina que la película resulte en algunos momentos tediosa debido a la reiteración de un discurso en el que ni siquiera el mago ya cree. En  los momentos en los que la película está a punto de naufragar definitivamente, hay dos  juegos de magia, perfectamente integrados en la narración, que dan sendas vueltas de tuerca a la historia, salvándola de la banalidad y el tedio. El enfrentamiento entre el mago y la médium y el que opone a los dos magos entre sí, nos sitúa en la frontera de un mundo conmovedor, ambiguo, patético, obscuro y misterioso como son las visiones y pensamientos que los seres humanos albergamos sobre nuestra propia vida, su resolución y sentido.

 


El teatro donde  ocurre esta singular sesión de magia es un universo sin Dios. Sólo la ven los espectadores que se preguntan cómo encontrar la salida.  No son los pretendidos fenómenos sobrenaturales que ejecuta Sophie, los que quiebran su visión del mundo. Los encantos de Sophie desbordan sus supuestos poderes mentales. La sensación mágica, es decir la irrupción de lo inexplicable, se produce cuando comparecen los  sentimientos,  incontrolados y no sujetos a razón.  Allen constata tal fuerza en el amor que puede arrancar un corazón del escepticismo y trasladarle con soltura a la creencia. .¿Es posible encontrar un sentido ? ¿O sencillamente constatar que la vida es algo muy frágil?  Casi tan frágil como la magia.

 

(*) Agradezco al mago Ferrán Rizo la información sobre la publicación de este juego.

sábado, 1 de abril de 2017

Harold Lloyd por supuesto también fue mago



 
  
Harold Lloyd: Visión de un  ángel
 Harold Lloyd fue uno de esos cómicos que nos convencen de que cuando no nos reímos es que estamos equivocados. Por supuesto fue mago. Alcanzó un gran nivel como cartómago. No voy a decir fue mejor mago que cómico, pero se puede apreciar que era realmente bueno en «¿Ves?» incluido en Expert Card Technique de Hugart y en su colaboración en The Jinx, la revista de Ted Annemann. Por su parte Paul Curry en Magician's Magic (2003) afirma que «el interés y el conocimiento de la magia de Lloyd son extensos ».
 
No se esforzaba demasiado en encontrar títulos originales a sus juegos, era un tipo práctico y le costaba mantener el secreto. En una entrevista relató sus inicios como prestidigitador, cuando todavía era un niño.

«Pero, en mi feliz infancia, había un punto negro: mi tía. – aseguraba - Era y es una excelente persona, pero me tenía loco. Vivía cerca de nosotros, y mi madre me enviaba a su casa para ayudarla en los quehaceres domésticos. Siempre tenía algo que mandarme. Era un verdadero genio en eso de hallar alfombras que sacudir, puertas que fregar, leña que partir y recados a la tienda. Mí gran afición, entonces, eran los trucos de magia y los juegos de manos. Llegué a ser un verdadero artista, y, hasta las personas mayores, se entretenían viéndome actuar.


Los chicos del barrio me admiraban profundamente. Uno de mis juegos, que yo llamaba "Ilusión", traía intrigadísimos a todos; pero yo no accedía a descubrir el truco. Hasta que un día... Mi tía decidió que el patio, el gallinero y el establo necesitaban también una limpieza. ¡Quedé espantado! Aquello era demasiado para mí. y reuní a todos mis amigos.
— ¿Queréis ayudarme? Cuando terminemos haré una sesión do ilusionismo, y nos divertiremos mucho.
 Mi promesa no pareció convencerles del todo. Discutieron un momento, y, por fin, propusieron:
—Lo dejaremos todo limpio en un momento, si nos dices cómo se hace "Ilusión".
 No tuve más remedio que aceptar, aunque su exigencia me partía el corazón».
 
 
 
 
En 1919 durante una sesión de promoción, estaba a punto de hacerse una fotografía prendiendo un puro con la mecha encendida de una bomba. Se suponía que era una broma.
 El fotógrafo se detuvo para ajustar la cámara. Lloyd se llevó una mano a la cara para enderezar sus gafas. Separó la bomba de su rostro y en ese instante estalló. Estuvo a punto de quedarse ciego y perdió para siempre el índice y el pulgar de la mano derecha.
 
 

miércoles, 8 de marzo de 2017

Rousseau, ilusionista fracasado, y los trucajes de los templos antiguos

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El abate Gounon regaló a Rousseau una fuente diseñada por Herón de Alejandría. Se trataba de una fuente neumática de la que manaba un chorro de agua vertical, mediante la presión del aire. El aparato evocaba los trucajes de los templos antiguos que Herón había descrito en sus obras y se regía por los mismos principios.


Por aquel entonces, Rousseau era un don nadie y había encontrado colocación como criado en la casa del anciano conde de Gounon, Caballerizo de la Reina. De falso criado para ser exactos. Rousseau era un simple lacayo, pero ni siquiera vestía librea y tenía prohibido viajar en el pescante de las carrozas con sus iguales. Se acomodaba en el interior junto a los señores. El motivo era que el conde albergaba otros proyectos para él.

Las Confesiones
Pero el conde pareció olvidarse de ellos y durante un tiempo Rousseau no tuvo nada que hacer. En sus Confesiones sospecha que el conde pretendía enseñarle ociosidad, una cualidad que la clase aristocrática consideraba imprescindible.

Hasta que un día se suscitó una discusión filológica y el conde le espoleó a intervenir. Su disertación fue tan brillante que el conde recordó que había planeado formarle para que se convirtiera en el hombre de confianza de su hijo mayor. Su primogénito estaba destinado a servirse del Estado y había emprendido la carrera diplomática. El segundo hijo, el abate Gounon, estaba destinado a servirse de la Iglesia y su propósito era obtener una sede episcopal.





Al abate le resultaba enfadosa la teología. Era un apasionado de la cultura clásica. Rousseau mejoró a su lado el latín, y aprendió algunos secretos que encerraban los códices greco-latinos que el abate consideraba indispensables para desenvolverse en la vida.

Le descubrió, a través de las obras de Herón, que ciertos santuarios, en las sociedades griega y romana, disponían de maquinarias escénicas y teatrales y se valían de principios neumáticos y mecánicos para provocar efectos sorprendentes, inesperados e incomprensibles. Ingenios como una máquina de fuego que abría las puertas al recibir las ofrendas de los fieles; pesadas estatuas que se movían, volaban o hablaban; altares cuyas imágenes apagaban el fuego sagrado; fuentes que manaban sin que nada ni nadie las activara. Eran los antecedentes de lo que hoy conocemos como Grandes Ilusiones o magia de escena, realizada mediante aparatos. Y también de los efectos especiales.
Tratado de Herón sobre Autómatas

Era el caso de la estatua del palomo de madera de Arquitas de Tarento, que simulaba volar en el templo de Antium. O del famoso templo dedicado a la Diana Pérsica, no lejos de la ciudad de Tiana, donde nació el taumaturgo Apolonio. Las vírgenes al servicio de la diosa caminaban sobre brasas sin quemarse. O de la célebre estatua de la diosa Cibeles de cuyos pechos de piedra surgía misteriosamente leche.



Los mecanismos utilizados habían sido descritos por Herón, inventor, matemático, físico e ingeniero de probable origen egipcio, afincado en la provincia romana de Alejandría. Debido a que incorporaba a sus propias invenciones las de sus predecesores Ctesibio, Filón y Arquímedes, permitía hacerse una idea bastante cabal de los trucajes de los templos de la antigüedad.

Su legado documenta las múltiples relaciones entre magia, ciencia y religión. Por una parte, muestra una práctica muy extendida entre los magos de todas las épocas. Suelen valerse de principios científicos y de los avances tecnológicos para concebir y realizar efectos que incorporen la sensación mágica de lo imposible. También atestiguan la utilización de estas invenciones por parte de confesiones religiones, sectas y sociedades secretas, para añadir misterio o veracidad a sus ritos. Los fieles, desconocedores de los principios aplicados a los actos del culto, atribuían los fenómenos maravillosos a las fuerzas sobrenaturales, a los dioses en los que creían.


El catálogo de ilusiones que propone Herón es sencillamente apabullante. Podemos realizar un viaje imaginario para juguetear con los objetos relacionados con el culto cuyas propiedades se percibían como sobrenaturales.


Por ejemplo, las pesadas puertas de los templos. Encendiendo el fuego, las puertas se abrían. Y se cerraban cuando el fuego se extinguía. Los mismos devotos producían el efecto sin saberlo al quemar sus ofrendas en un recipiente metálico situado bajo el altar. El calor hacía ascender el aire en su interior hasta introducirse, a través de un conducto hueco, en otro recipiente lleno de agua. Debido a la presión, el agua se trasvasaba a un caldero de cobre que colgaba de un sistema de cadenas y poleas, acopladas a los goznes de la puerta. A medida que penetraba el agua, el peso aumentaba y el caldero al descender hacía girar lentamente los goznes.

Las puertas se abrían y las gentes penetraban en un lugar piadoso donde creían que habitaban sus dioses. Uno de los efectos más sorprendentes lograba que los dioses bailaran.



Consistía en una esfera que flotaba sobre un altar, en principio a oscuras. Cuando el creyente se arrodillaba para orar, el interior de la esfera se iluminaba, dejando ver una danza de dioses.


Recipiente que puede ofrecer agua o vino
Su contribución al desarrollo de las tecnologías del espectáculo es notable. Algunos de los efectos se siguen ejecutando en las sesiones de magia, aunque mediante procedimientos diferentes. Es el caso de la transformación del agua en vino que se efectuaba en un recipiente en forma de cuerno del que el oficiante podía extraer agua o vino, gracias a un mecanismo oculto en el asa.



Herón concibió numerosos autómatas. El de Hércules disparaba una flecha sobre un dragón que al sentirse herido resoplaba. Una corriente de agua combinada con la rotación de una estatua de Pan desencadenaba que un animal bebiera. Un caballo seguía bebiendo incluso después de ser decapitado.



En los templos las estatuas podían apagar los fuegos rituales. Mediante un sistema que combinaba la presión del agua y del aire. A través de unos orificios inagotables abiertos en sus manos, derramaban agua o vino sobre el fuego.

Ideó, así mismo, diversos teatrillos de marionetas. En uno se representaba el mito de Dionisos. Y, en otro, la venganza de Nauplios contra los asesinos de sus hijos, remedando tormentas y naufragios.



Son muy numerosos los efectos que se atribuyen a Herón, como producir el canto de los pájaros o lograr que una bola se mantenga sola en el aire.



Incluso un efecto similar al de nuestras máquinas expendedoras: una pila de abluciones que se ponía en funcionamiento con una moneda de cinco dracmas se convertía en algo asombroso, porque los usuarios desconocían el mecanismo.



La Fuente de Herón que el abate Gounon había regalado a Rousseau formaba parte de esta clase de objetos que en la Antigüedad se usaron para el culto y en el siglo XVIII se habían transformado en un entretenimiento.

En el siglo XVIII la magia se hallaba en pleno proceso de desacralización. Lo efectos pretendidamente sobrenaturales se transformaban en arte o espectáculo. La fuente servía, al tiempo, para ilustrar algún principio científico o desmontar alguna superstición. Era adecuada para ambos propósitos. Por una parte, su condición era la de una máquina hidráulica en circuito cerrado que ilustraba el principio de los vasos comunicantes y, por otra, provocaba la sensación mágica de funcionar por sí sola, sin que nadie la activase.



Para los enciclopedistas y filósofos tenían la propiedad de desvelar el carácter trucado de los prodigios, revelar la naturaleza engañosa de las maravillas y, por tanto, desacreditar las creencias que se sustentaban en los milagros. Los milagros eran ilusiones creadas por el ingenio humano. De hecho L´Enciclopedie describe con precisión la fuente de Herón y su funcionamiento, de acuerdo con las concepciones filosóficas de la época, según las cuales la agudeza y la habilidad al servicio de las leyes naturales pueden producir la ilusión de un milagro.

Es decir, la Fuente de Herón era simultáneamente una representación material y visible del pensamiento científico y un medio de reencantamiento del mundo del que han sido desterrados los dioses y los milagros tras el triunfo del pensamiento científico y el imperio de la Razón.



Nos permite entender el doble papel del ilusionismo en la Edad de la Razón. Como recreación científica, se situaba decididamente a favor del progreso. Al mismo tiempo, intentaba restituir al mundo el misterio y el encantamiento desterrados por ese mismo progreso. Pronto veremos la facilidad con que los elementos científicos y técnicos serán absorbidos por el imaginario mágico.

Ilustración para La Nueva Heloisa
Por entonces Rousseau soportaba los desdenes de la marquesa de Breuil, una joven de su edad, nuera de su patrón y cuñada de su maestro, dotada de “la dulzura especial de las rubias –escribe en Las Confesiones– que mi corazón nunca ha podido resistir”. Con él jamás ejerció tal dulzura. Todo lo contrario. “Tenía el martirio de ser nulo para ella –añade también en Las Confesiones–. Ni siquiera advertía que yo estuviese allí” (16).

De esta situación ingrata le saca una nueva atracción, esta vez homosexual, que experimentará por un joven llamado Bacle. Se lo presenta un pariente suyo al que denomina Boca-torcida, quizá a causa de la huella en su rostro del esfuerzo y atención que exigía su oficio de pintor de miniaturas.

Bacle es ginebrino como él. Se comporta con la desenvoltura, libertad y despreocupación que son privilegio de la juventud. A Rousseau le fascina hasta tal punto de no poder separarse de él.

Rousseau joven
Y Bacle tiene que regresar a Ginebra. Rousseau abandona sus obligaciones y le dedica todo su tiempo antes de que se produzca la partida. Tanto el conde como el abate consideran que Bacle no es una buena compañía y le prohíben la entrada en sus respectivas casas. Sólo logran que la obstinación de Rousseau aumente. Le amenazan con echarle y, de nuevo, estimulan la respuesta contraria a la que pretenden provocar.

Rousseau acaricia la idea de marcharse con Bacle. Una decisión que entraña renunciar a desarrollar una carrera, despedirse de la seguridad, renunciar al apoyo de sus señores.

Entonces es cuando concibe la posibilidad de ganarse la vida como ilusionista. No piensa en otra cosa que en emprender viaje, sin ataduras ni limitaciones, abandonado al placer, al azar y a la real gana. Está convencido de que los planes que alberga el conde respecto a él son ambiciosos e imprecisos, tal vez, improbables y si alguna vez se llegaran a materializar, no se podrían equiparar a un sólo minuto de goce y libertad en compañía de Bacle.

Imagen idílica de Rousseau

Mucho tiempo después, en Las Confesiones, al recordar aquel momento de su existencia, se preguntaría: “¿Se creerá que estando a punto de cumplir los diecinueve años, se pueda esperar de una redomita vacía la subsistencia del resto de la vida?"

“La redomita vacía” era la fuente de Herón que le había regalado el abate. Una fuente de compresión que aprovecha las propiedades de los gases comprimidos. Consta de tres vasos y tres tubos. Comprimiendo el aire se consigue que el agua mane, en forma de surtidor por el tubo del centro del tercer vaso.

Los dos amigos pasan el tiempo juntos, estudiando el funcionamiento de la fuente y proyectando el viaje.

“¿Qué había en el mundo tan curioso como una fuente de Herón?”, se pregunta Rousseau.

De este modo conciben la idea de ganarse la vida con ella. Cada vez que lleguen a un lugar, sólo tienen que convocar a las gentes y ofrecer una representación. El éxito está asegurado. No tendrán que preocuparse por los gastos. Recibirían toda suerte de regalos, comidas y agasajos.

De esta manera, Rousseau abandona al conde, su influyente protector, y al abate, su maestro. Deja sus estudios, renuncia al porvenir asegurado y escoge la vida de un ilusionista vagabundo.

 

 


Salen de París, con los bolsillos casi vacíos y el corazón rebosante de ilusión. Tienen en proyecto atravesar los Alpes por la región de Saboya para dirigirse a Ginebra. Justo lo mismo que harán los saboyanos, años después, cuando recorran Europa con sus linternas mágicas. Pero las representaciones que ofrecen Rousseau y Bacle no tienen el éxito que obtendrán los saboyanos. Es cierto que la Fuente divierte a los huéspedes y criadas de las posadas en que se alojan. Pero el repertorio les parece escaso. Al cabo de un rato se cansan y desean ver otros juegos y efectos. 
Los dos jóvenes aprendices de ilusionistas jamás consiguen librarse de pagar sus gastos. Y su aventura escénica termina como la fábula de la lechera que había escrito un siglo antes Jean de La Fontaine. La fuente de Herón, como el cántaro de la lechera, se rompió cerca de Bramante. 
Poco después, en Annecy, frente al hermoso lago, los dos amigos se separaron