martes, 9 de abril de 2013

Chesterton y la magia


Chesterton
            No voy a asegurar que Chesterton se convirtió al catolicismo gracias a la prestidigitación, pero casi. Escribió una obra teatral cuyo título y tema es la magia (1). Fue estrenada el 7 de noviembre de 1913 en The Little Theatre  de Londres, con dirección de Kenelm Foss (2) y puede considerarse un esbozo de las ideas esenciales que rondaban su cabeza,  madurarían  en los años siguientes e inspirarían su conversión al catolicismo.  Mediante una fábula convierte la necesidad de creer en un universo transcendente en un requisito para alcanzar la plenitud.

Paradójicamente fue el descreído  Bernard Shaw quien le impulsó, casi le forzó a aventurarse en el universo inquietante de las creencias (3). No sería la única paradoja. Con delicioso sentido del humor, Chesterton pondría en escena el hondo drama de la fe bajo la apariencia de una comedia fantástica cuyo protagonista es un mago.

A principios de siglo XX la magia vivía una edad de oro. Había sabido conjugar el desarrollo de técnicas propias con la incorporación de los avances científicos y las nuevas tecnologías, la inspiración de la literatura y las bellas artes para dar respuesta a los deseos de reencantamiento de un mundo al que triunfo del método científico privaba de misterio.

En Gran Bretaña el Egypcian Hall había sido uno de los laboratorios más activos y eficientes para la creación de las grandes ilusiones, desde que John Nevil Maskelyne (1839-1917) (4) en asociación con George Alfred Cooke (1825- 1905) lo convirtió en un teatro permanente de magia y realizó las primeras representaciones de larga duración.   Muerto Cooke, su nuevo socio David Devant (1868-1941) crearía obras maestras inolvidables como Mascot Moth, en la que una mujer disfrazada de polilla  se desmaterializa en el aire.


Okito

La popularidad de la magia alcanzó cotas altísimas. No era extraño que coincidieran en la cartelera hasta siete  espectáculos de primera fila  (5):  Okito (1875 – 1963)– inventor entre muchas ilusiones de la ensoñadora bola que lleva su nombre - en el teatro Alhambra;  Nelson Downs (1867 –1938), el fantástico manipulador de El sueño del avaro en el Empire;  Howard Thurston (1869 – 1936) -  sucesor de Kellar (1849 – 1922) al frente de su espectáculo y gran cartómago que desarrolló el efecto de la carta ascendente (Ring card) - en el Tívoli;  Paul Valadon (1867 – 1913) – que en el último momento fue descartado por Kellar -  en el Egyptian Hall; Le Roy (1865-1953) – creador de La levitación Asrah - en el Oxford y El Gran Lafayette  (1871-1911) -  que fascinó a su público con su versión exótica de La novia del león - en le Hippodrome.

Esta última ilusión sucedía el decorado de un harén persa. Un león se agitaba en una jaula en medio de in tumulto de malabaristas, volatineros, traga fuegos  y bailarinas orientales. Una de ellas se introduce con movimientos lánguidos en la jaula. Se estremece el león. Se remueve, se estira y se tensa a punto de saltar. De repente se despoja la piel y, en su lugar gran Lafayette (6).
Cesterton

El mago de Chesterton se basa sólo en parte en la observación de magos reales. Por ejemplo hace alusión al juego de la aparición de una pecera con peces de colores que ejecutaba con primor Chung Ling Soo. Pero para Chesterton la creencia en la magia halla su combustible en el paraíso de la infancia, época en la que cualquier cosa es maravilla y el mundo está repleto de milagros. En su Autobiografía (7) relata la primera imagen vista en su niñez: “Lo primero que recuerdo haber visto con mis ojos es un muchacho atravesando a pie un puente. Tenía un bigotito rizado y una actitud de confianza en sí mismo rayana en la jactancia. Llevaba en la mano una llave desmesurada de un metal amarillo brillante reluciente y sobre la cabeza una gran corona de oro o dorada. El puente que Atravesaba surgía en uno los extremos del borde de un peligroso precipicio al pie de unas montañas cuyas cumbres se alzaban majestuosas en la distancia hasta lo más alto de la torre de un castillo con demasiadas almenas. La torre del castillo tenía una ventana por la que asomaba una dama joven. No recuerdo en absoluto su aspecto pero me batiré con cualquiera que niegue su extraordinaria belleza” (8).

La honestidad de los magos y la honestidad de los niños


El  Chesterton  maduro reconstruye con minuciosa  nitidez  el mundo mágico del Chesterton niño. Una vivencia  medieval y caballeresca improbable en el caso del hijo de un corredor de fincas en el último tercio del siglo XIX en Inglaterra. Lo cierto es que esta imagen tan vívida no pertenecía a la vida sino al teatro. A un teatrillo de juguete construido y manipulado por su padre que se agazapó para siempre en su memoria. Chesterton decía que permanecía “detrás de sus pensamientos revelándole “los bastidores del teatro de las cosas” (9).

Y sin embargo no se trata de una ilusión. Está lejos de considerar el mundo real como un teatro a la manera de Calderón.  Disfruta del teatro aún a sabiendas de que es teatro. No se siente engañado al descubrir que el príncipe es un fantoche de cartón o el abismo una brecha entre dos corchos. Justamente lo que le atrae en el cartón, el corcho y la madera es la capacidad de convertirse en otra cosa sin dejar de ser lo que son. Nos basta recordar con qué facilidad transformábamos de niños el palo de una escoba en un caballo. Y no nos sorprendía que, sin solución de continuidad,  la escoba volviera a utilizarse  para barrer la habitación.  

El niño actúa como sí,  pero distingue con toda naturalidad  entre el fingir y el engañar. “Sencillamente – dice Chesterton - porque el niño comprende la naturaleza del arte, mucho antes de entender la naturaleza de la argumentación”.  El niño juega a que la bañera es un mar con olas que el mismo provoca. Crea imágenes que prosiguen su existencia en la imaginación. Pero no confunde la realidad con la ficción. Disfruta saltando de una a otra, No muy distinto es el planteamiento de un mago. La magia es yesca para la imaginación. Y en ese sentido tiene razón Juan Tamariz cuando afirma que la Magia prende cuando ese niño revive (10).

Chesterton efectúa una encarnizada defensa de la honestidad con que los niños contemplan el mundo que les rodea. Considera engañosos los términos que utilizamos los adultos para describir su manera de ver las cosas. No me parece que exista la menor sombra de falsedad en la claridad cristalina y la rectitud de la visión infantil de un palacio de hadas, o de un policía del país de las hadas. En un sentido, el niño cree mucho más que eso y, en otro sentido, mucho menos. No creo que el niño se deje engañar; o que por un momento se engañe a sí mismo. Creo que de inmediato establece su derecho directo y divino a disfrutar de la belleza; que se introduce en su propio y legítimo reino de la imaginación, sin retóricas ni preguntas, como surgen después de las falsas moralidades y filosofías, tocando la naturaleza de la mentira y de la verdad   (11).

“Mooreeffoc” y el reencantamiento


Chesterton
 
Tolkien (12) descubrió que Chesterton utilizaba el término  « mooreeffoc », a partir de Dickens (13) para designar  la extrañeza que provocan las cosas que la costumbre ha convertido en triviales, cuando las percibimos desde un ángulo distinto . Chesterton evoca el estupor que le suscitaba de niño la contemplación de un manzano como un manzano, capaz de hacer aparecer sólidas manzanas suspendidas de sus ramas.  La curiosidad universal y el interés por el sentido de las cosas son las actitudes básicas con las que percibe el universo. Alguna vez dijo que una cosa es asombrarse ante un dragón o un grifo, animales inexistentes. Pero otra,  y de muy superior condición, es el maravillarse ante un rinoceronte o una jirafa, animales que existen, aunque tienen todo el aspecto de pertenecer a la fantasía. Confieso que esta frase, leída en El libro del Tabú de Alan Watts, cuando era un adolescente, fue la llave que me condujo hasta Chesterton y la que mejor respondía a la pregunta que se formulaba Watts al inicio de su obra: ¿Qué debe saber una persona joven para estar bien informada sobre la vida?

¿Porqué – proseguía Watts – entre tantos mundos posibles, esta colosal y aparentemente innecesaria multitud de galaxias en un continuum espacio-tiempo, inexplicablemente curvo, estas miríadas de tubos de distintos tipos, todos jugando locamente a ser individuos, estas innumerables formas de existencia, desde la elegante arquitectura del copo de nieve o de las algas diatomeas hasta el fantástico esplendor del pavo real o del ave del paraíso? (14)

Sólo existen tres posibilidades: O todo es absurdo o todo tiene sentido o nosotros mismos otorgamos sentido a lo que no lo tiene. Elija el lector. Este dilema  convierte en emocionante nuestra existencia. Porque tenemos  la posibilidad de fracasar, de  optar por un sendero equivocado.

El papel de las leyendas


Chesterton
El dilema es apropiado para situarnos al comienzo de la obra teatral de Chesterton junto a dos personajes extraviados en el parque de una mansión de la campiña inglesa y quizá también extraviados en la vida. Los dos personajes están a punto de encontrarse. Ella es Patricia Carleon, sobrina del Duque, propietario de la finca y contempla el mundo con el asombro infantil que tanto atraía a Chesterton.  Una visión luminosa que he pretendido describir al principio de este artículo  y que Chesterton hace rebotar hasta los mismísimos cielos.  Porque Patricia considera que la realidad que le fascina y deslumbra, esa existencia a la que está agradecida, tienen un origen y fundamento sobrenatural.  De manera que Chesterton convierte una pregunta ingenua como creer o no creer en las hadas en una pregunta teológica.

El otro personaje que deambula por el parque y con el que Patricia se topará de bruces es un mago. Se hará pasar por un elfo para complacer a la muchacha. Es imposible no identificar la fascinación de Chesterton por la inocencia con la aceptación incondicional del cuento de hadas por parte de Patricia. Ella será la mediadora entre el mundo desencantado y el reencantamiento con el que sueña Chesterton. No olvidemos que hacía tiempo que Chesterton había declarado la guerra al escepticismo y se comportaba como un gallo de pelea frente a la modernidad. Tras sufrir una crisis existencial se apartó intelectual y vitalmente de las convicciones modernistas en las que había sido educado por su familia, según los parámetros de la clase media-alta victoriana.

Lo demoníaco



Devant y tras el un demonio

Será la intuición de la existencia del mal el detonante de su rechazo a los presupuestos positivistas y darwinianos de la ciencia, aprendidos sólidamente en la selecta Saint Paul's School. Una formación escogida que incluía una visión pagana de la antigüedad clásica, una concepción crítica respecto al papel de la religión, en especial la católica, en la historia y la cultura y la exaltación  de los valores del imperio, la democracia y el progreso.

 

En El demoníaco (15), ensayo que forma parte de su libro Enormes minucias, relata su encuentro con un hombre de características luciferinas que pasaba las noches en lugares donde no sentía yo deseo de seguirle ni aún con la imaginación. Durante el día ambos compartían estudios en una escuela de Arte que a Chesterton le parecían una forma más o menos divertida de perder el tiempo. Pero esas noches inimaginables no sugieren un camino de abyección, sino un verdadero pacto con el demonio. La existencia del mal suscita en Chesterton la convicción de que el demonio existe y justifica guerras, catástrofes, la enfermedad, la muerte y la degradación, la impotencia de los dioses y las limitaciones de la razón.

 

 

Hogart
Su compañero de estudios después de traspasar todos los límites, después de abolir las fronteras entre el bien y el mal,  se suicida. No sin antes abrir la rendija que le mostrará el infierno en la tierra.  O, tal vez – la inteligencia de Chesterton se nutre de paradojas – el furioso amor de Dios.

Esta es la clave del pensamiento de Chesterton sobre la magia. Desencadena  una controversia – en la que desactiva con habilidad la razón y la lógica, sobre lo posible y lo imposible, las apariencias, el azar y la casualidad, la fe, la ilusión, el engaño y las trampas. Cree en la magia. Pero no en nuestra magia prestidigitante, consecuencia del ingenio, el conocimiento y el arte para crear y transmitir sensaciones. Cree en otra magia que tiene su origen en supuestos poderes o intervenciones sobrenaturales.

La misma candorosa aceptación que estimula a Patricia Carleon a admitir los cuentos de hadas incita a Chesterton a aceptar lo que no llama magia negra.  Pero yo sí se lo llamo. Chesterton consideraba que la modernidad era un pedazo de tiempo podrido y decadente en la historia e intentaba encontrar una escapatoria para los atribulados habitantes del siglo XX. La fuga sólo podía dirigirse hacia el pasado.  ¿Qué podemos saber de lo que nos propondrá el futuro? Chesterton halló su refugio en la Edad Media.

Las ideas se encarnan en los personajes


Chesterton conversando
con Belloc y Baring

Pero ¡ojo! las ideas de Chesterton siempre tienen aspecto punzante, aunque a veces sean reediciones de doctrinas y creencias antiguas y desechadas. Pero tienen la virtud de clavarse como flechas en el cerebro y obligan a pensar las cosas de nuevo, desde el principio. El suyo es un teatro en el las ideas se encarnan en los personajes.

Cada uno de los siete personajes de Magia personifica una actitud ante la vida y mantiene opiniones propias, enfrentadas a las de los demás, sobre la ciencia, la religión, la modernidad, la política, el periodismo, la magia y la prestidigitación. Temas que preocupaban a Chesterton.

Siete son un médico seguro de su ciencia, un clérigo descreído, un aristócrata contemporizador, de un joven racionalista, un secretario sin imaginación y la joven  crédula de la que ya hemos hablado. Cuento seis. Falta uno para completar la septena: El mago que ofrecerá una sesión para todos ellos por encargo del duque, dueño de la mansión.

El duque es hombre liberal, afable, hostil a aceptar la supremacía de un punto vista sobre otro. Para Chesterton el relativismo y la aceptación de múltiples perspectivas para ver las cosas es el pecado original del liberalismo. El Duque considera, haciendo un chiste poco afortunado, que en la vida no hay nada incompatible excepto marido y mujer.

 Le obsesiona que todos se lleven bien. Es un convencido de la política del consenso. En ese sentido, está dispuesto  a apoyar causas políticas opuestas. Financia por igual al movimiento que encabeza el cura a favor de la apertura de una taberna y al que encabeza el doctor para evitarlo. Para Chesterton su noción del progreso se identifica con la fórmula magistral que formuló Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual.  

Una velada de magia

Devant ejecutando e
l pez educado

El grupo se reúne para asistir a la velada de magia. Fiel a su espíritu, el Duque pretende satisfacer por igual a su crédula sobrina Patricia y a su escéptico sobrino Morris. Al igual que el doctor y el clérigo, los Carleon mantienen puntos de vista  opuestos. Patricia aprendió en Irlanda que las hadas existen. Morris Carleon ha recibido en Norteamérica una formación científica incompatible con cualquier tipo de creencia irracional.

Antes de iniciar la sesión el mago ha planteado la primera incompatibilidad mediante una soberbia paradoja. Sale a colación el periodismo. El mago confiesa al Duque que antes fue periodista, pero que ambos oficios se sustentan en principios opuestos. El mago nunca explica las cosas que ocurren, mientras el periodista explica lo que no ocurre.

La llegada de Morris es avasalladora. Se detiene ante el velador del ilusionista y va cogiendo y despreciando cada uno de los objetos que lo invaden al tiempo que desvela los trucos que encubren: un doble fondo, un tiraje, una baraja trucada. 

Patricia le reprocha que destripe los juegos. El mago la interrumpe para decirle que hay algo que es mucho más importante que saber cómo una cosa se hace: Saber cómo hacerlo.

La sesión de magia discurre por un terreno inédito. Se convierte en un debate filosófico, aunque más pasional que razonado sobre lo verdadero y lo falso, el artificio, la ilusión y la artimaña. 

Morris considera que la prestidigitación moderna se compone de los antiguos milagros una vez desvelados. Al respecto discute con el reverendo Smith que le rebate con el argumento de que cuando hablamos de las cosas que son falsas, por lo general significa que son imitaciones de las cosas que son auténticas. Es decir que para que existan milagros, fantasmas o hadas escénicos y ficticios previamente tuvieron que existir sus patrones en la realidad. Esta es la posición con la que se identificaba Chesterton, pues veía en la prestidigitación un reflejo de lo sobrenatural.

Cuando hablan de un cuadro clavado en la pared este se mueve. Morris busca explicaciones. Se puede hacer con alambres. El prestidigitador asiente. Cae una silla. Morris se apresura a decir que se puede hacer con una tabla floja. El prestidigitador vuelve a asentir. Morris ha despreciado el más bello de sus juegos. La aparición de la pecera con los peces de colores. Por entonces, como ya he dicho, formaba parte del repertorio de Chung Ling Soo. A mí me gusta evocar la versión de Joseph Michael Hartz (1836- 1903) que pedía un sombrero prestado y sacaba de él toda clase de cosas. Entre ellas una pecera en la que nadaban peces de colores.

Para Morris no son más que pedazos de zanahorias que flotan en el agua. Se fija en la luz roja al fondo del jardín. Para él es la luz de la ciencia, una luz que ni la ignorancia ni la superstición pueden apagar. Ni siquiera alterar. La luz se vuelve azul.

Esta vez Morris no haya explicación alguna. Y enloquece. No puede concebir que sobreviva un misterio al examen de la razón.


El rostro (The Magician)
película de Bergman basada
en la obra de Chesterton
La realidad es que no existe explicación. El mago no ha ejecutado ningún truco. Sólo ha deseado con todas sus fuerzas que la luz cambie de color y así ha sucedido. Chesterton hace justo lo contrario que en las novelas de la saga del Padre Brown. En ellas presenta un misterio, plantea toda clase de explicaciones de carácter mágico o demoníaco y luego las desbarata, sustituyéndolas por soluciones relacionadas con la vida cotidiana, que nada tienen que ver con el otro mundo.

Con la arbitrariedad maravillosa y desenvuelta que le caracteriza Chesterton reemprende el camino opuesto al que hizo Reginald Scott un par de siglos antes. Scott frecuentó a los magos de su época para que le contaran cómo hacía sus trucos. Y lo escribió en un libro (13) con la intención de demostrar que utilizaban procedimientos naturales y así acabar de una vez por todas con la acusación de brujería que les llevaba a la hoguera.

Chesterton introduce en una sesión de prestidigitación de principio del siglo XX una causa sobrenatural. Evidentemente aquí está el truco. Chesterton hace prodigiosa prestidigitación con las palabras y con las ideas. Pero lo que resulta interesante es el efecto: la reacción de Morris. ¿Su locura es un exceso? Sin duda. Es una caricatura y no es probable que ningún racionalista alcance ese extremo. Pero su locura sirve a  Chesterton para denunciar lo que considera una actitud absurda por parte del hombre moderno incapaz de convivir con aquello que no puede comprender.

El hombre corriente – escribe - disfruta de salud porque acepta el misterio. Le preocupa lo verdadero y no sólo lo lógico. Y cuando se enfrenta con dos verdades y con la contradicción se queda con las dos verdades y la contradicción. Sabe que el mundo tiene sus leyes y eso es la ciencia, pero sabe que esas leyes se pueden alterar y, entonces, se produce el milagro.

 

Notas


1.     Chesterton, G. K. (1874-1936): Magia: una comedia fantástica / traducción de Vicente Corbi ; prólogo de Felipe Benítez Reyes; Sevilla : Espuela de Plata, 2010

Kenelm Foss
2.  GK Chesterton escribió Magic para Kenelm Foss que acababa de sobrevivir a una tuberculosis. Este actor, escritor, director y productor había nacido en 1885 en Croydon, Surrey, Inglaterra. Fue uno de los primeros directores de cine y llegó a escribir un Curso práctico de cine en diez lecciones, junto a Mary Pickford, y Charlie Chaplin. No abandonó el teatro. Estrenó El jardín de los cerezos  de Chejov en Inglaterra y produjo una obra de teatro en Broadway protagonizada por John Barrymore. La tuberculosis le complicó la existencia.

En 1925  inaguró un local de bocadillos en Londres al estilo de los bares de comida rápida que había conocido en América.  La carta llegó a tener 60 variedades de bocadillos. La barra del Sandy se convirtió el lugar preferido de los personajes populares en la décadas de los veinte y treinta. Lo frecuentaron  Charlie Chaplin, Noel Coward, George Bernard Shaw, Rex Harrison y el primer ministro Ramsey MacDonald. Tuvo éxito y fundó la cadena Sandys.

Su hija Fanny Burney publicó su biografía en 2007: Teatro, cine y bocadillos: la extraordinaria vida de Kenelm Foss ( Stage, Screen and Sandwiches: the Remarkable Life of Kenelm Foss, Londres, Athena Press, Abril, 2007).

3.     Bernard Shaw llegó amenazarle con seducir a su esposa si no escribía una obra teatr

4.     Maskelyne, John Nevil (1839-1917) :  Nuestra magia,   Madrid : Gema Navarro, D.L. 2011.

5.     El mismo día y en la misma calle afirma Noel Daniel en  Magic, 1400s-1950s / edited by Noel Daniel ; introduction by Ricky Jay ; essays and captions by Mike Caveney and Jim Steinmeyer : Köln : Taschen, cop. 2010 

6.     A la vida fascinante de este hombre dediqué un relato “El gran Lafayette” en Si me escuchas esta noche. Madrid : Mondadori, D.L. 1991  

7.     La edición más reciente es Chesterton, G. K. (1874-1936): Autobiografía; traducción y notas de Olivia de Miguel; Barcelona : Acantilado, 2003 

8.     Cito a partir de la edición Chesterton, G. K. (1874-1936) “Autobiografía” en Obras completas. I :[traducción del inglés por Antonio Marichalar, : 2ª ed.  Buenos Aires ; Barcelona [etc.] : Plaza & Janés, 1961

9.     Ibidem.

10.  Juan Tamariz: La Magia: Un mínimo intento de aproximación a definirla y acotarla (inexorablemente fallido) en El Adelantado de Indiana. Revista de literatura, arte y pensamiento sobre ciudades pequeñas, cuerpos que crecen, aquello que no cabe en  el mundo y carros voladores. (Recurso electrónico) http://www.depauw.edu/learn/adelantado/issue7/tamariz.html

11.  Chesterton sobre la forma de ver del niño en Autobiografía.

12.  J. R. R. Tolkien, "On Fairy Stories" in Tree and Leaf , págs. 77-78. Hay edición española: "Sobre los cuentos de hadas" en Arbol y hoja , traducción de Julio César Santoyo, José M. Santamaría y Luis Domènech, Ediciones Minotauro, Barcelona, 1994,

13.  Dickens utiliza  el anaciclico o  palabra espejo  Moor effoc en su Autobiografía inacabada.  Los anacíclicos son palabras que al ser leídas de derecha a izquierda dan lugar a otra palabra conocida. Dickens lee las palabras Coffe room invertidas en la cristalera de un café. Y cada vez que vuelve a encontrarlas su corazón se conmocione y se sumerge en los sueños.

14.  Alan Watts: El libro del tabú, Editorial Kairós, Barcelona, 1972, pág 12

15.  El demoníaco” en Enormes minucias, publicado en Obras Completas, I, Plaza y Janés, Barcelona, 1967.

16.  Reginald Scott: The Discovery of Witchcraft , London, 1584. http://history.hanover.edu/courses/excerpts/260scot.html

lunes, 1 de abril de 2013


Publicación en ebook de Ali Bey el Abassí


El otro día leí un largo artículo sobre la destrucción de los lugares históricos de La Meca. El historiador Hatoom el Fassi, profesor de la Universidad Rey Saud de Riad, ponía el grito en el cielo y señalaba que, hoy día, son más numerosas las grúas que los minarates en la ciudad santa del Islam.  La Meca que contempló Domingo Badía, cuando logró penetrar en ella casi cincuenta años antes que Burton, ha desaparecido bajo la piqueta. Intenté describirla con minuciosidad y exactitud en la novela histórica que consagré a este personaje fascinante y que ahora se publica en ebook.

Lo que me movió a escribir esta novela histórica fue descubrir que la confrontación  y el diálogo entre la fe y la razón, el cristianismo, la ilustración y el islam, Oriente y Occidente tenía lugar en el interior de una misma persona. Domingo Badía, transformado en Alí Bey el Abasí, logró penetrar en La Meca, tras recorrer las dos orillas del Mediterráneo incendiadas por la revolución, las guerras napoleónicas, la decadencia del Imperio turco y la ascensión de los fundamentalistas wahabíes.
 
 
Precisamente los mismos que, por entonces, acusaban a los turcos de mercantilizar  los lugares sagrados entregan a la piqueta lugares que parecían inviolables para levantar en su lugar gigantescos  hoteles, centros de ocio y kilométricas galerías comerciales. Dos tercios de los edificios históricos que describí en la novela han sido destruidos. Todos ellos databan de la época del profeta y los primeros años de la era islámica. Hatoom Al Fassi asegura que sustituidos por un modelo de ciudad burdamente inspirado en Las Vegas, una urbe construida igualmente  en medio de un desierto.

Es una extraña sensación. Ninguno de los conflictos que se tensaban en la novela se ha apaciguado. Releer la novela me parece una excavación en busca de los fundamentos del mundo en el que vivimos, soterrados bajo rascacielos faraónicos.