Chesterton |
Paradójicamente fue el
descreído Bernard Shaw quien le impulsó,
casi le forzó a aventurarse en el universo inquietante de las creencias (3). No
sería la única paradoja. Con delicioso sentido del humor, Chesterton pondría en
escena el hondo drama de la fe bajo la apariencia de una comedia fantástica cuyo protagonista es un mago.
A principios de siglo
XX la magia vivía una edad de oro. Había sabido conjugar el desarrollo de
técnicas propias con la incorporación de los avances científicos y las nuevas
tecnologías, la inspiración de la literatura y las bellas artes para dar respuesta
a los deseos de reencantamiento de un mundo al que triunfo del método
científico privaba de misterio.
En Gran Bretaña el
Egypcian Hall había sido uno de los laboratorios más activos y eficientes para
la creación de las grandes ilusiones, desde que John
Nevil Maskelyne (1839-1917) (4) en asociación con George Alfred Cooke (1825- 1905) lo convirtió en un teatro permanente de magia y realizó las
primeras representaciones de larga duración. Muerto
Cooke, su nuevo socio David Devant (1868-1941) crearía obras maestras
inolvidables como Mascot Moth, en la
que una mujer disfrazada de polilla se
desmaterializa en el aire.
Okito |
La popularidad de la magia alcanzó cotas altísimas. No era extraño que coincidieran en la cartelera hasta siete espectáculos de primera fila (5): Okito (1875 – 1963)– inventor entre muchas ilusiones de la ensoñadora bola que lleva su nombre - en el teatro Alhambra; Nelson Downs (1867 –1938), el fantástico manipulador de El sueño del avaro en el Empire; Howard Thurston (1869 – 1936) - sucesor de Kellar (1849 – 1922) al frente de su espectáculo y gran cartómago que desarrolló el efecto de la carta ascendente (Ring card) - en el Tívoli; Paul Valadon (1867 – 1913) – que en el último momento fue descartado por Kellar - en el Egyptian Hall; Le Roy (1865-1953) – creador de La levitación Asrah - en el Oxford y El Gran Lafayette (1871-1911) - que fascinó a su público con su versión exótica de La novia del león - en le Hippodrome.
Esta última ilusión sucedía el decorado de un harén persa. Un león se agitaba en una jaula en medio de in tumulto de malabaristas, volatineros, traga fuegos y bailarinas orientales. Una de ellas se introduce con movimientos lánguidos en la jaula. Se estremece el león. Se remueve, se estira y se tensa a punto de saltar. De repente se despoja la piel y, en su lugar gran Lafayette (6).
Cesterton |
El mago de Chesterton se basa sólo en parte en la
observación de magos reales. Por ejemplo hace alusión al juego de la aparición
de una pecera con peces de colores que ejecutaba con primor Chung Ling Soo. Pero
para Chesterton la creencia en la magia halla su
combustible en el paraíso de la
infancia, época en la que cualquier cosa
es maravilla y el mundo está repleto
de milagros. En su Autobiografía (7) relata la primera imagen vista en
su niñez: “Lo primero que recuerdo haber
visto con mis ojos es un muchacho atravesando a pie un puente. Tenía un
bigotito rizado y una actitud de confianza en sí mismo rayana en la jactancia.
Llevaba en la mano una llave desmesurada de un metal amarillo brillante reluciente
y sobre la cabeza una gran corona de oro o dorada. El puente que Atravesaba
surgía en uno los extremos del borde de un peligroso precipicio al pie de unas
montañas cuyas cumbres se alzaban majestuosas en la distancia hasta lo más alto
de la torre de un castillo con demasiadas almenas. La torre del castillo tenía
una ventana por la que asomaba una dama joven. No recuerdo en absoluto su
aspecto pero me batiré con cualquiera que niegue su extraordinaria belleza”
(8).
La honestidad de los magos y la honestidad de los niños
El Chesterton maduro reconstruye con minuciosa nitidez
el mundo mágico del Chesterton niño. Una vivencia medieval y caballeresca improbable en el caso
del hijo de un corredor de fincas en el último tercio del siglo XIX en
Inglaterra. Lo cierto es que esta imagen tan vívida no pertenecía a la vida
sino al teatro. A un teatrillo de juguete construido y manipulado por su padre
que se agazapó para siempre en su memoria. Chesterton decía que permanecía “detrás de sus pensamientos” revelándole “los bastidores del teatro de las cosas” (9).
Y sin embargo no se
trata de una ilusión. Está lejos de considerar el mundo real como un teatro a
la manera de Calderón. Disfruta del
teatro aún a sabiendas de que es teatro. No se siente engañado al descubrir que
el príncipe es un fantoche de cartón o el abismo una brecha entre dos corchos. Justamente
lo que le atrae en el cartón, el corcho y la madera es la capacidad de convertirse
en otra cosa sin dejar de ser lo que son. Nos basta recordar con qué facilidad
transformábamos de niños el palo de una escoba en un caballo. Y no nos
sorprendía que, sin solución de continuidad, la escoba volviera a utilizarse para barrer la habitación.
El niño actúa como sí,
pero distingue con toda naturalidad
entre el fingir y el engañar. “Sencillamente
– dice Chesterton - porque el niño
comprende la naturaleza del arte, mucho antes de entender la naturaleza de la
argumentación”. El niño juega a que
la bañera es un mar con olas que el mismo provoca. Crea imágenes que prosiguen
su existencia en la imaginación. Pero no confunde la realidad con la ficción.
Disfruta saltando de una a otra, No muy distinto es el planteamiento de un mago.
La magia es yesca para la imaginación. Y en ese sentido tiene razón Juan
Tamariz cuando afirma que la Magia prende
cuando ese niño revive (10).
Chesterton efectúa una
encarnizada defensa de la honestidad con que los niños contemplan el mundo que
les rodea. Considera engañosos los términos que utilizamos los adultos para
describir su manera de ver las cosas. No
me parece que exista la menor sombra de falsedad en la claridad cristalina y la
rectitud de la visión infantil de un palacio de hadas, o de un policía del país
de las hadas. En un sentido, el niño cree mucho más que eso y, en otro sentido,
mucho menos. No creo que el niño se deje engañar; o que por un momento se
engañe a sí mismo. Creo que de inmediato establece su derecho directo y divino
a disfrutar de la belleza; que se introduce en su propio y legítimo reino de la
imaginación, sin retóricas ni preguntas, como surgen después de las falsas
moralidades y filosofías, tocando la naturaleza de la mentira y de la verdad (11).
“Mooreeffoc” y el reencantamiento
Chesterton |
Tolkien (12) descubrió
que Chesterton utilizaba el término «
mooreeffoc », a partir de Dickens (13) para designar la extrañeza que provocan las cosas que la
costumbre ha convertido en triviales, cuando las percibimos desde un ángulo
distinto . Chesterton evoca el estupor que le suscitaba de niño la
contemplación de un manzano como un manzano, capaz de hacer aparecer sólidas
manzanas suspendidas de sus ramas. La
curiosidad universal y el interés por el sentido de las cosas son las actitudes
básicas con las que percibe el universo. Alguna
vez dijo que una cosa es asombrarse ante un dragón o un grifo, animales
inexistentes. Pero otra, y de muy
superior condición, es el maravillarse ante un rinoceronte o una jirafa,
animales que existen, aunque tienen todo el aspecto de pertenecer a la fantasía.
Confieso que esta frase, leída en El
libro del Tabú de Alan Watts, cuando era un adolescente, fue la llave que
me condujo hasta Chesterton y la que mejor respondía a la pregunta que se
formulaba Watts al inicio de su obra: ¿Qué debe saber una persona joven para
estar bien informada sobre la vida?
¿Porqué – proseguía Watts – entre tantos mundos
posibles, esta colosal y aparentemente innecesaria multitud de galaxias en un
continuum espacio-tiempo, inexplicablemente curvo, estas miríadas de tubos de
distintos tipos, todos jugando locamente a ser individuos, estas innumerables
formas de existencia, desde la elegante arquitectura del copo de nieve o de las
algas diatomeas hasta el fantástico esplendor del pavo real o del ave del
paraíso? (14)
Sólo existen tres
posibilidades: O todo es absurdo o todo tiene sentido o nosotros mismos
otorgamos sentido a lo que no lo tiene. Elija el lector. Este dilema convierte en emocionante nuestra existencia.
Porque tenemos la posibilidad de fracasar,
de optar por un sendero equivocado.
El papel de las leyendas
Chesterton |
El dilema es apropiado
para situarnos al comienzo de la obra teatral de Chesterton junto a dos
personajes extraviados en el parque de una mansión de la campiña inglesa y quizá
también extraviados en la vida. Los dos personajes están a punto de
encontrarse. Ella es Patricia Carleon, sobrina del Duque, propietario de la
finca y contempla el mundo con el asombro infantil que tanto atraía a
Chesterton. Una visión luminosa que he pretendido
describir al principio de este artículo
y que Chesterton hace rebotar hasta los mismísimos cielos. Porque Patricia considera que la realidad que
le fascina y deslumbra, esa existencia a la que está agradecida, tienen un
origen y fundamento sobrenatural. De
manera que Chesterton convierte una pregunta ingenua como creer o no creer en
las hadas en una pregunta teológica.
El otro personaje que
deambula por el parque y con el que Patricia se topará de bruces es un mago. Se
hará pasar por un elfo para complacer a la muchacha. Es imposible no
identificar la fascinación de Chesterton por la inocencia con la aceptación
incondicional del cuento de hadas por parte de Patricia. Ella será la mediadora
entre el mundo desencantado y el reencantamiento con el que sueña Chesterton. No
olvidemos que hacía tiempo que Chesterton había declarado la guerra al
escepticismo y se comportaba como un gallo de pelea frente a la modernidad. Tras
sufrir una crisis existencial se apartó intelectual y vitalmente de las
convicciones modernistas en las que había sido educado por su familia, según
los parámetros de la clase media-alta victoriana.
Lo demoníaco
Devant y tras el un demonio |
Será la intuición de la existencia del mal el detonante de su rechazo a los presupuestos positivistas y darwinianos de la ciencia, aprendidos sólidamente en la selecta Saint Paul's School. Una formación escogida que incluía una visión pagana de la antigüedad clásica, una concepción crítica respecto al papel de la religión, en especial la católica, en la historia y la cultura y la exaltación de los valores del imperio, la democracia y el progreso.
En El demoníaco (15), ensayo que forma parte de su libro Enormes minucias, relata su encuentro con un hombre de características luciferinas que pasaba las noches en lugares donde no sentía yo deseo de seguirle ni aún con la imaginación. Durante el día ambos compartían estudios en una escuela de Arte que a Chesterton le parecían una forma más o menos divertida de perder el tiempo. Pero esas noches inimaginables no sugieren un camino de abyección, sino un verdadero pacto con el demonio. La existencia del mal suscita en Chesterton la convicción de que el demonio existe y justifica guerras, catástrofes, la enfermedad, la muerte y la degradación, la impotencia de los dioses y las limitaciones de la razón.
Hogart |
Esta es la clave del
pensamiento de Chesterton sobre la magia. Desencadena una controversia – en la que desactiva con
habilidad la razón y la lógica, sobre lo posible y lo imposible, las
apariencias, el azar y la casualidad, la fe, la ilusión, el engaño y las
trampas. Cree en la magia. Pero no en nuestra magia prestidigitante,
consecuencia del ingenio, el conocimiento y el arte para crear y transmitir sensaciones.
Cree en otra magia que tiene su origen en supuestos poderes o intervenciones sobrenaturales.
La misma candorosa aceptación que
estimula a Patricia Carleon a admitir los cuentos de hadas incita a Chesterton
a aceptar lo que no llama magia negra. Pero yo sí se lo llamo. Chesterton consideraba
que la modernidad era un pedazo de tiempo podrido y decadente en la historia e
intentaba encontrar una escapatoria para los atribulados habitantes del siglo
XX. La fuga sólo podía dirigirse hacia el pasado. ¿Qué podemos saber de lo que nos propondrá el
futuro? Chesterton halló su refugio en la Edad Media.
Las ideas se encarnan en los personajes
Chesterton conversando con Belloc y Baring |
Pero ¡ojo! las ideas de
Chesterton siempre tienen aspecto punzante, aunque a veces sean reediciones de
doctrinas y creencias antiguas y desechadas. Pero tienen la virtud de clavarse
como flechas en el cerebro y obligan a pensar las cosas de nuevo, desde el
principio. El suyo es un teatro en el las ideas se encarnan en los personajes.
Cada uno de los siete
personajes de Magia personifica una actitud ante la vida y mantiene opiniones propias,
enfrentadas a las de los demás, sobre la ciencia, la religión, la modernidad,
la política, el periodismo, la magia y la prestidigitación. Temas que
preocupaban a Chesterton.
Siete son un médico
seguro de su ciencia, un clérigo descreído, un aristócrata contemporizador, de un
joven racionalista, un secretario sin imaginación y la joven crédula de la que ya hemos hablado. Cuento
seis. Falta uno para completar la septena: El mago que ofrecerá una sesión para
todos ellos por encargo del duque, dueño de la mansión.
El duque es hombre
liberal, afable, hostil a aceptar la supremacía de un punto vista sobre otro.
Para Chesterton el relativismo y la aceptación de múltiples perspectivas para
ver las cosas es el pecado original del liberalismo. El Duque considera,
haciendo un chiste poco afortunado, que en
la vida no hay nada incompatible excepto marido y mujer.
Le obsesiona que todos se lleven bien. Es un
convencido de la política del consenso. En ese sentido, está dispuesto a apoyar causas políticas opuestas. Financia
por igual al movimiento que encabeza el cura a favor de la apertura de una
taberna y al que encabeza el doctor para evitarlo. Para Chesterton su noción
del progreso se identifica con la fórmula magistral que formuló Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual.
Una velada de magia
Devant ejecutando e l pez educado |
El grupo se reúne para
asistir a la velada de magia. Fiel a su espíritu, el Duque pretende satisfacer
por igual a su crédula sobrina Patricia y a su escéptico sobrino Morris. Al
igual que el doctor y el clérigo, los Carleon mantienen puntos de vista opuestos. Patricia aprendió en Irlanda que
las hadas existen. Morris Carleon ha recibido en Norteamérica una formación científica
incompatible con cualquier
tipo de creencia irracional.
Antes de iniciar la
sesión el mago ha planteado la primera incompatibilidad mediante una soberbia
paradoja. Sale a colación el periodismo. El mago confiesa al Duque que antes
fue periodista, pero que ambos oficios se sustentan en principios opuestos. El
mago nunca explica las cosas que ocurren, mientras el periodista explica lo que
no ocurre.
La llegada de Morris es
avasalladora. Se detiene ante el velador del ilusionista y va cogiendo y despreciando
cada uno de los objetos que lo invaden al tiempo que desvela los trucos que
encubren: un doble fondo, un tiraje, una baraja trucada.
Patricia le reprocha
que destripe los juegos. El mago la interrumpe para decirle que hay algo que es mucho más importante que
saber cómo una cosa se hace: Saber
cómo hacerlo.
La sesión de magia
discurre por un terreno inédito. Se convierte en un
debate filosófico, aunque más pasional que razonado sobre lo verdadero y lo
falso, el artificio, la ilusión y la artimaña.
Morris considera que la
prestidigitación moderna se compone de los antiguos milagros una vez
desvelados. Al respecto discute con el reverendo Smith que le rebate con el
argumento de que cuando hablamos de las
cosas que son falsas, por lo general significa que son imitaciones de las cosas
que son auténticas. Es decir que para que existan milagros, fantasmas o
hadas escénicos y ficticios previamente tuvieron que existir sus patrones en la
realidad. Esta es la posición con la que se identificaba Chesterton, pues veía
en la prestidigitación un reflejo de lo sobrenatural.
Cuando hablan de un cuadro clavado en
la pared este se mueve. Morris busca explicaciones. Se puede hacer con
alambres. El prestidigitador asiente. Cae una silla. Morris se apresura a decir
que se puede hacer con una tabla floja. El prestidigitador vuelve a asentir.
Morris ha despreciado el más bello de sus juegos. La aparición de la pecera con
los peces de colores. Por entonces, como ya he dicho, formaba parte del repertorio
de Chung Ling Soo. A mí me gusta evocar la versión de Joseph Michael Hartz
(1836- 1903) que pedía un sombrero prestado y sacaba de él toda clase de cosas.
Entre ellas una pecera en la que nadaban peces de colores.
Para Morris no son más que pedazos de
zanahorias que flotan en el agua. Se fija en la luz roja al fondo del jardín.
Para él es la luz de la ciencia, una luz que ni la ignorancia ni la
superstición pueden apagar. Ni siquiera alterar. La luz se vuelve azul.
Esta vez Morris no haya explicación
alguna. Y enloquece. No puede concebir que sobreviva un misterio al examen de
la razón.
La realidad es que no existe
explicación. El mago no ha ejecutado ningún truco. Sólo ha deseado con todas
sus fuerzas que la luz cambie de color y así ha sucedido. Chesterton hace justo
lo contrario que en las novelas de la saga del Padre Brown. En ellas presenta
un misterio, plantea toda clase de explicaciones de carácter mágico o demoníaco
y luego las desbarata, sustituyéndolas por soluciones relacionadas con la vida
cotidiana, que nada tienen que ver con el otro mundo.
El rostro (The Magician) película de Bergman basada en la obra de Chesterton |
Con la arbitrariedad maravillosa y
desenvuelta que le caracteriza Chesterton reemprende el camino opuesto al que hizo
Reginald Scott un par de siglos antes. Scott frecuentó a los magos de su época
para que le contaran cómo hacía sus trucos. Y lo escribió en un libro (13) con
la intención de demostrar que utilizaban procedimientos naturales y así acabar
de una vez por todas con la acusación de brujería que les llevaba a la hoguera.
Chesterton introduce en una sesión de
prestidigitación de principio del siglo XX una causa sobrenatural. Evidentemente
aquí está el truco. Chesterton hace prodigiosa prestidigitación con las
palabras y con las ideas. Pero lo que resulta interesante es el efecto: la
reacción de Morris. ¿Su locura es un
exceso? Sin duda. Es una caricatura y no es probable que ningún racionalista
alcance ese extremo. Pero su locura sirve a Chesterton para denunciar lo que considera una
actitud absurda por parte del hombre moderno incapaz de convivir con aquello
que no puede comprender.
El hombre corriente – escribe - disfruta
de salud porque acepta el misterio. Le preocupa lo verdadero y no sólo lo
lógico. Y cuando se enfrenta con dos verdades y con la contradicción se queda
con las dos verdades y la contradicción. Sabe que el mundo tiene sus leyes y
eso es la ciencia, pero sabe que esas leyes se pueden alterar y, entonces, se
produce el milagro.
Notas
1.
Chesterton, G. K. (1874-1936): Magia:
una comedia fantástica / traducción
de Vicente Corbi ; prólogo de Felipe Benítez Reyes; Sevilla : Espuela de Plata,
2010
Kenelm Foss |
En 1925 inaguró
un local de bocadillos en Londres al estilo de los bares de comida rápida que
había conocido en América. La carta
llegó a tener 60 variedades de bocadillos. La barra del Sandy se convirtió el lugar
preferido de los personajes populares en la décadas de los veinte y treinta. Lo
frecuentaron Charlie Chaplin, Noel
Coward, George Bernard Shaw, Rex Harrison y el primer ministro Ramsey
MacDonald. Tuvo éxito y fundó la cadena Sandys.
Su hija Fanny Burney publicó su biografía en 2007: Teatro, cine y bocadillos: la extraordinaria
vida de Kenelm Foss ( Stage, Screen
and Sandwiches: the Remarkable Life of Kenelm Foss, Londres, Athena Press,
Abril, 2007).
3.
Bernard Shaw llegó amenazarle
con seducir a su esposa si no escribía una obra teatr
4. Maskelyne, John Nevil (1839-1917) : Nuestra
magia, Madrid : Gema Navarro, D.L.
2011.
5. El mismo día y en la misma calle afirma Noel Daniel en Magic,
1400s-1950s / edited by Noel Daniel ; introduction by Ricky Jay ; essays
and captions by Mike Caveney and Jim Steinmeyer : Köln : Taschen, cop.
2010
6. A la vida fascinante de este hombre dediqué un relato “El gran
Lafayette” en Si me escuchas esta noche. Madrid : Mondadori, D.L.
1991
7. La edición más reciente es
Chesterton, G. K. (1874-1936): Autobiografía;
traducción y notas de Olivia de Miguel; Barcelona : Acantilado, 2003
8. Cito a partir de la edición
Chesterton, G. K.
(1874-1936) “Autobiografía” en Obras
completas. I :[traducción del inglés por Antonio Marichalar, : 2ª ed. Buenos Aires ; Barcelona [etc.] : Plaza &
Janés, 1961
9. Ibidem.
10. Juan Tamariz: La Magia: Un mínimo intento de aproximación a
definirla y acotarla (inexorablemente fallido) en
El Adelantado de Indiana. Revista de literatura, arte y pensamiento sobre ciudades pequeñas, cuerpos
que crecen, aquello que no cabe en el
mundo y carros voladores. (Recurso electrónico) http://www.depauw.edu/learn/adelantado/issue7/tamariz.html
11. Chesterton sobre la forma
de ver del niño en Autobiografía.
12. J. R. R. Tolkien,
"On Fairy Stories" in Tree and Leaf , págs. 77-78. Hay edición
española: "Sobre los cuentos de hadas" en Arbol y hoja , traducción
de Julio César Santoyo, José M. Santamaría y Luis Domènech, Ediciones
Minotauro, Barcelona, 1994,
13. Dickens utiliza el anaciclico o palabra espejo Moor effoc en su Autobiografía inacabada. Los
anacíclicos son palabras que al ser leídas de derecha a izquierda dan lugar a
otra palabra conocida. Dickens lee las palabras Coffe room invertidas en la cristalera de un café. Y cada vez que
vuelve a encontrarlas su corazón se conmocione y se sumerge en los sueños.
14. Alan Watts: El libro del tabú, Editorial Kairós,
Barcelona, 1972, pág 12
15. El demoníaco” en Enormes minucias, publicado en Obras
Completas, I, Plaza y Janés, Barcelona, 1967.
16. Reginald Scott: The
Discovery of Witchcraft , London, 1584. http://history.hanover.edu/courses/excerpts/260scot.html
Ahora es a mi a quien toca decir: "Siempre en el umbral de los mas reconditos lugares".
ResponderEliminarSí. Yo creo que la magia suscita cuestiones hondas y fundamentales que afectan a la entraña de los seres humanos.
ResponderEliminarEsta entrada me ha parecido una gozada. Sigo sin haber leído a Chesterton, siempre se le adelanta alguien.
ResponderEliminarHe estado buscando tanto en el libro Linterna Mágica (autobiografía) como en Imágenes (memorias de sus películas una a una), y Bergman no cita nunca a Chesterton. Dejando esto de lado, voy a citar lo que, a su vez, es una cita de un diálogo de El Rostro. Creo que viene muy a cuento:
"Puedo confiarle un secreto. Toda esta noche he librado una dura batalla contra una inexplicable simpatía hacia usted y su señor marido, el mago. Tan pronto como entraron en esta habitación, se despertó en mí una gran simpatía por ustedes: sus caras, su silencio, su dignidad natural. Es muy lamentable y no se lo contaría de no estar un poco embriagado".
Entonces dice Manda (la mujer de hombre enmascarada que asiste al hipnotizador Vogler): "Si lo sintiese así, nos dejaría en paz". Vergérus (el consejero de sanidad seguro de su ciencia) contesta: "No puedo". Manda: "¿Por qué?". "Porque ustedes representan lo que más desprecio de todo. Lo inexplicable."
Pero el eje de la historia es naturalmente el andrógino Aman / Manda. Todo gira en torno a ella y su misterioso personaje. Ella representa la fe en lo Sagrado que hay en el hombre. Vogler sin embargo se ha rendido. Él hace un teatro miserable y ella lo sabe. (Aquí acaba la cita del libro Imágenes, p. 146, Tusquets Fábula)
Magníficamente elegida la cita. Es el problema. También en sentido inverso. Hay gente a la que desaltera la explicación de los fenómenos. En cuanto a la inspiración de The Magician (El rostro) Bergman señala en una entrevista con Charles Thomas Samuels que su película está en deuda e "inconscientemente corrige' la versión teatral de Magic de Chesterton, que Bergman produjo y dirigió en Gotemburgo en 1947. Sobre la representación teatral ver B. Steene: Igmar Bergman. Capítulo VI Igmar Bergman in the theatre Amsterdam University Press, 2005
ResponderEliminarEn http://books.google.es/books?id=eJCGNAlqB0gC&pg=PA534&lpg=PA534&dq=ingmar+bergman+chesterton&source=bl&ots=ksM4BM6q2u&sig=pxEBsPr8YDdYTfblch8Jza8yxmw&hl=es&sa=X&ei=nb1rUaeNPM2EhQeVkoGADw&ved=0CD8Q6AEwAQ
Tengo una niña de cuatro años, Alicia, a la que el otro día llevé a un espectáculo de magia, sencillo, pero con esa cosa incomprensible y maravillosa, "mágica" habría que redundar, que tiene la magia. Veía el espectáculo a través de sus ojos encantados, pero para mí no eran menos sorprendentes los números. Solo que yo pensaba: hay truco, hay trampa, guiado por la sosa razón y ella no decía nada sino que miraba maravillada. Alicia en el país de las maravillas, por redundar otra vez.
ResponderEliminarPreciosa visión. Alicia es, sin duda, la encarnación de Alicia en el País de las Maravillas.
EliminarEstupenda entrada, Ramón. Un verdadero placer leerla. Me gusta mucho lo que dices y cómo lo dices. Me gustaba Chesterton pero ahora me gusta aún más.Chapeau!Seguiré con atención lo que escribes en el blog.
ResponderEliminarJLGracia Mosteo
Alejandro Romero Reche, estudioso de la magia y 'amigo' de Chesterton, me ha enviado el vínculo de esta entrada extraordinaria, que hemos recogido en el Chestertonblog: (http://chestertonblogdotcom.wordpress.com/2014/02/05/chesterton-y-la-magia-por-ramon-mayrata/). En nuestra entrada señalamos al menos tres virtudes de este texto: la contextualización de la magia en su época, la descripción de 'Magia', y la fantástica comprensión que revela Mayrata de la forma de percibir el mundo que tiene Chesterton. Enhorabuena y gracias.
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