Probablemente Georges Méliès descubrió los rayos X y el cine
al mismo tiempo. Tal vez las imágenes que le suministraron los rayos X fueron
las más impactantes.
Hacia 1897 Wilhelm Conrad Röntgen, realizaba experimentos
con los tubos de Crookes y la bobina de Ruhmkorff para analizar los rayos
catódicos. Cubrió el tubo con una funda de cartón negro para provocar la
oscuridad. Antes de retirarse a descansar, conectó el equipo y observó con
extrañeza un resplandor verdoso, no muy intenso. Percibió un ennegrecimiento en
una solución de cristales de platino-cianuro de bario que casualmente se
encontraban cerca. Encendió el tubo de nuevo y el resplandor se repitió. Apartó
los cristales un poco más lejos y la fluorescencia continuó produciéndose. En
sucesivos experimentos, llegó a la conclusión de que los rayos suscitaban una
radiación que podía traspasar el papel e incluso algunos metales como el plomo.
Pero los rayos eran invisibles.
El físico alemán Wilhelm Roentgen |
Se entregó por completo a estudiar las propiedades de
aquellos rayos desconocidos. Al intentar fotografiar el fenómeno, descubrió que
las placas se habían velado. Empezó a experimentar con la acción de los rayos
sobre la emulsión. Asentó unas pesas encima de una caja de madera que situó
sobre una placa fotográfica. El rayo atravesó la madera e impresionó la imagen
de las pesas. Repitió el experimento con una brújula y con el cañón de una
escopeta. Los resultados fueron idénticos. Incluso desde el cuarto de al lado,
el rayo atravesó la puerta cerrada, e impresionó la imagen de la moldura y los
goznes.
Decidió probar consigo mismo. Pero no podía manejar a la vez
la placa y el carrete. Llamó a su esposa y le pidió que mantuviese la mano
sobre la placa durante quince minutos. Cuando la reveló, contempló los huesos
de la mano de Berta, sobre los que sobresalía su anillo.
Placa de la mano de Berta Röntgen
|
En la última década del siglo XIX al tiempo que la ciencia y
el progreso consolidaban su hegemonía como explicación del mundo, se resquebrajaban
las nociones sobre las que se basaba el positivismo científico, al igual que el
realismo en el teatro, el arte y la literatura. Los desarrollos de la física y
las matemáticas, los nuevos planteamientos de la antropología, la psicología y
la teoría del conocimiento, así como los innovadores caminos que emprendían las
artes, en la senda de las vanguardias, pusieron en evidencia el terreno
movedizo sobre el que se asentaba el conocimiento de la realidad.
Las alteraciones afectaban fundamentalmente a la manera de
percibir la realidad. Por este agujero se colaron las teorías neo ocultistas y
neo espiritualistas. ¿Existe una realidad aparente y otra profunda que nuestros
sentidos no pueden apreciar? Las radiografías mostraban que lo visible es invisible
y lo invisible es visible. Un planteamiento como este, también, tenía que
seducir necesariamente a ilusionistas y prestidigitadores. De una manera no
sólo distinta, sino opuesta a las prácticas de ocultistas y espiritistas que
los ilusionistas consideran fraudulentas y engañosas.
El arte de los ilusionistas consiste en crear nuevas
ilusiones, es decir, formular nuevas realidades hipotéticas que sorteen la
barrera de las apariencias que ocultan la realidad. Desde este punto de vista,
es de un profundo realismo. El soplo del ilusionista ahuyenta de los ojos las
apariencias y su varita hace brotar en ellos unas gotas de magia, que les
permiten asomarse a la realidad a la que la vista normal no logra acceder. Una
concepción que comparten todas las artes y de la que los rayos X son analogía.
Desde la invención de los rayos X, la luz fluorescente y
verdosa de los tubos de Crookes atrae la atención de los prestidigitadores.
Méliès tuvo ocasión de asistir en el Grand Café del boulevard des Capucines a
la demostración que realiza un charlatán de cómo un tubo de Crookes puede
llegar a desvelar “lo invisible del cuerpo humano”. Las sesiones tuvieron lugar
en el salón indio que compartían los hermanos Lumière, quienes presentaron su
primera película, El regador regado. De manera que Méliès descubrió
probablemente los rayos X y el cine al mismo tiempo.
En 1895, sólo unos meses después de que Röntgen diera a
conocer su invención, Georges Méliès presentó una ilusión en el Teatro
Robert-Houdin que representaba los efectos portentosos de los rayos X. El
cartel anunciador reproducía la radiografía de una mano que evocaba la de Berta
Röntgen. Tres años después, rodó una película, con el título de los Rayos X,
basada en el espectáculo teatral y en el efecto de transformación, suplantando
una escena por otra, mediante el cual los actores se transforman en dos
esqueletos parlantes e, incluso, la sombrilla de la mujer se convierte en un
manojo de varillas.
Por supuesto, Georges Méliès no utiliza una máquina de rayos
X real, sino que crea una ilusión mediante un procedimiento cinematográfico
innovador en su época. El amor y la muerte fundidos en una única imagen. El
ilusionismo es una mentira que nos hace percatarnos de la verdad,
Sin embargo a veces los términos se invierten y la verdad
aplicada a la ficción nos condena inexorablemente a la mentira. Por entonces,
en los teatros adquirieron gran popularidad las llamadas “apariciones
luminosas". Mediante un tubo de Crookes y un generador ocultos bajo una
tela negra los vasos, las porcelanas y las joyas se volvían fluorescentes.
También los espiritistas hallaron la manera de explotar la
invención empleando para ello cabezas y esqueletos recubiertos de un polvo
fluorescente.
Röntgen |
Como el instrumental preciso era fácil de obtener y no
demasiado costoso, las demostraciones se popularizaron y convirtieron en
atracciones de feria. Se multiplicaron los espectáculos en los museos de cera,
las barracas de los feriantes e incluso en grandes almacenes como reclamo
publicitario.
Todas estas demostraciones se realizaban sin ningún tipo de
protección a pesar de que desde 1887, Nikola Tesla alertaba sobre los riesgos
de la exposición a las radiaciones.
Edison |
El industrial e inventor Thomas Edison presentó en la
Exposición Eléctrica de Nueva York un artilugio en el que, por un módico
precio, se podía situar la mano ante un aparato de rayos X que proyectaba sobre
una pantalla fluorescente la imagen de los huesos. Al cabo de varias semanas,
el hombre que se ocupaba del aparato vio cómo se desprendía la piel de su mano.
Murió a consecuencia de la infección de las quemaduras. La representación de la
muerte se convirtió en la muerte misma.
Pero la estela de Méliès permaneció viva, y muchos años
después, Charles Drouillat creó las sombras de los Rayos X con un artilugio que
producía el efecto de una radiografía, sin radiación. Drouillat era un
portentoso inventor de sombras. Procedía de una familia de artistas de circo.
Su padre era malabarista y su madre écuyère o amazona. Con su esposa y su hijo
formó «Los 3 Joannys», dedicados a las sombras llamadas japonesas. Charles
inventó un arco voltaico de tamaño reducido que podía proyectar sombras hasta
casi un kilómetro de distancia. En sus ratos libres, le gustaba proyectarlas
sobre las nieblas nocturnas del pueblo donde vivía: Cerdanyola. Concibió
sombras de colores, mediante prismas que producían rayos de la gama del
arcoiris e inventó las sombras blancas, invirtiéndolas.
Ciertamente un juego de magia ha de ser capaz de cuestionar
y desdecir la realidad, dar la vuelta a las ideas preconcebidas del espectador
sobre ella, abriendo la posibilidad a repensarla, a contemplar una versión de
la realidad diferente, generalmente enfrentada a la realidad que conoce.
Ramón Gómez de la Serna veía a los radiólogos como
prestidigitadores en cuyas manos lo visible se transforma en lo invisible y
viceversa. Los rayos X, las técnicas
radiográficas, permitieron un desdoblamiento insólito. Observar los objetos y
los cuerpos desde fuera y desde su interior. Lo visible y lo invisible como en
un juego de magia
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