Méliès inventa las veladas macabras
“Placeres, no tentéis al corazón sombrío” – escribía Baudelaire por aquellas fechas – “La admirable primavera ha perdido su aroma”.
Al final del siglo XIX la asistencia a los cabarets y
teatros de variedades formaba parte de la vida cotidiana de las clases urbanas,
populares y burguesas. El Folies Bergére o el Moulin Rouge eran lugares
bulliciosos, consagrados a la diversión y al jolgorio. Pero existían formas más
oscuras de regocijo cabaretero. Algunos de los cabarets estaban consagrados al
Otro Mundo. Como el Cabaret del Infierno cuya boca amenazadora se abría en la
acera de enfrente del Cabaret de la Nada. Allí los camareros vestían de
diablos. La idea había sido de Méliès que, también frecuentaba el Cabaret del Cielo o los Rayos
X.
Atracción por lo macabro
Puede ser incomprensible, sonar extraño o resultar
extravagante si no relacionamos estos entretenimientos un poco ingenuos y siniestros con el gusto por
lo macabro y el auge del espiritismo. Respecto
a lo macabro, el ilusionismo, a través de las fantasmagorías de Robertson, proporcionó imágenes y visiones
espectrales que están en el origen de
las fantasías góticas de los románticos. Imposible evitar la referencia, así mismo,
a calderón, sus continuadores y el teatro de magia, laboratorio de
experimentación de toda clase de efectos. En cuanto al espiritismo,
secretamente utilizó la tecnología de los ilusionistas. Es decir sus ilusiones.
Las fronteras entre la magia como espectáculo y las pretendidas experiencias
sobrenaturales fueron muy permeables a lo largo del siglo XIX.
Entrada a la catacumba |
La luz otorga un tinte cadavérico a los rostros de los
congregados. Dorville se inspira en Caronte para darles más que la bienvenida,
la terrible noticia: “Viajeros, vuestro camino ha llegado a su fin. Habéis
traspasado las puertas de la muerte y os encontráis en su reino. Que cada uno
de vosotros escoja su ataúd”.
La transformación de la muerte
Sala de desintoxicación |
Los visitantes están sobrecogidos. Se oye el tic tac de un
reloj entre fuertes rachas de viento. Una puerta se cierra de golpe. Un clérigo clama con voz agria:” Si lo
deseáis podéis dictar vuestro testamente. Nada ni nadie puede impedir que
muráis un día. Veo que vuestras manos buscan las de vuestros seres queridos. La
muerte os arrancará de ellos. ¡Mirad en qué despojo se convertirá ese ser que
abrazas!”.
Las paredes que señala están cubiertas costillas,
esternones, fémures, clavículas, huesos humanos entrelazados. Los cráneos
cobijan velas cuya luz se difumina un resplandor lúgubre y tenue. Los avisos
funestos – Descansa en Paz o Ser o no
ser – alternan con los carteles que prohíben fumar o muestran el precio de las
consumiciones.
Varias pinturas representas escenas de los jinetes del
Apocalipsis en plena acción. Batallas, ajusticiamientos, guillotinas, masacres,
plagas, catástrofes y un toque moderno: un demonio al volante de un automóvil atropella
a los viandantes desprevenidos. Una a una las figuran pintadas se desvanecen
para convertirse en esqueletos.
En los ataúdes que sirven de mesa, una grieta se abre por la
que surge una mano amarilla y helada que repta hasta apoderarse de los vasos. La
banda sonora es variada: Castañeo de dientes, respiraciones agitadas, congoja,
sollozos, golpes en la pared. La mano araña desesperadamente el suelo. El
clérigo amenaza: “¿Y si os entierran con vida? Imaginad el sufrimiento. Ved
cómo las uñas arañan la tierra. Todo es inútil. Os aguardará la asfixia, porque
la Muerte es la compañera definitiva”.
El efecto más potente aún estaba por llegar. Las sesiones
eran ininterrumpidas y se celebraban cada media hora. Era necesario descender
por una lúgubre escalera hasta un sótano en el que frío evocaba la temperatura
de ultratumba. Un encapuchado abría la puerta con una llave descomunal y el
chirrido ahogaba el ruido de los pasos de las quince o veinte personas que
penetraban temblorosas. El encapuchado les invitaba a sentarse: “No os quejéis
del frío. Más intenso será el de la tumba que será vuestra última morada”.
Sala de desintegración |
El joven que agoniza, se revela, pero las fuerzas le
abandonan. Cae la cabeza a un lado, la boca entreabierta, el cuerpo adquiere
muy pronto un tono cerúleo y, entonces
llegaba el gran efecto final: de repente, se convierte en un esqueleto, para
desaparecer por completo, dejando la mortaje suspendida de un clavo, agitada
por el viento. La nada.
El fantasma de la pimienta
Fantasma de Pepper |
Se
vislumbra una mesa y un esqueleto que hojea un libro. Un conejillo blanco
juguetea a su lado lleno de vida. La visión solo dura un instante y se disipa.
El aire pesado y siniestro y siniestro del sótano se adelgaza y refresca.
Vuelve la luz y los gruesos y húmedos muros de piedra se muros de piedra se desvanecen como si nunca hubieran
existido, dejando paso a una habitación blanca y sin carácter. Nuevamente la
Nada en la que una flecha sangrienta señala la salida a la calle. Enfrente el
Cabaret del Infierno. Al lado el ruido de las aspas del Moulin Rouge no hace
enmudecer la música de baile.
Atgest y los surrealistas
Eugêne Atgest, fotografíó ese mundo de espectros. .El culto a la muerte concebido como un espectáculo, no pudo resistir la gran carnicería de la primera guerra mundial. El Cabaret du Neant desapareció durante los dichosos veinte y Algest buscó su destello en los reflejos de los escaparates y las miradas vacías de los maniquíes, que le franquearían la admiración de Man Ray y los surrealistas.
Cabaretde la Muerte |
La historia se repetiría. La segunda guerra mundial
supondría una carnicería aún más terrible. La muerte y la nada volverían a
ocupar el primer plano en la sensibilidad de los existencialistas de la
postguerra. Sartre publicaría El ser y la nada; Juliette Greco cantaría a las hojas muertas y
Borís Vian escribiría Escupiré sobre vuestras tumbas. En el gran cabaret de la
Nada proseguía la función.
Ramón, te dejo el enlace al artículo "El cabaret de la mort" de Barcelona. Realidad, ficción broma... Probablemente un poco de todo.
ResponderEliminarhttp://enarchenhologos.blogspot.com/2014/03/el-cabaret-de-la-mort.html