martes, 31 de julio de 2012

El desierto y la falsa estepa



Escritorio sahariano
 Tengo intención de escribir sobre la literatura y los desiertos y acabo escribiendo sobre el viento.

El viento  como último paisaje. El rastro de su tensión, su presencia, su retirada y ausencia esculpida en la arena. ¿A partir de qué instante se detiene? Invisible imágen apocalíptica: Tras el viento el paisaje se cubre de polvo, se oscurece, se acaba volviendo blanco y negro .

Los libros sobre los desiertos están, en parte, escritos por el viento y provocan un estremecimiento olvidado. Me seduce lo que precede a la literatura, el mundo generador de los mitos, para los que el desierto se comporta como una página en blanco sólo comparable al mar. Lugares en incesante movimiento, dispuestos para la partida, para la marcha, para la huida y, a la vez, inmóviles. Las obsesiones más tenaces se deshacen, como piedra en arena, en este medio duro, difícil, en el que un pueblo se enfrenta al anterior para ocupar su lugar. El espacio es grandioso, casi sin límites, pero en la inmensidad no hay lugar para todos.


Viejos libros saharianos
  Durante su viaje por el desierto, en busca de sus orígenes saharauis en la tierra de sus ancestros, Jemia y su esposo J.M.G. Le Clézio, se cruzaron con un hombre al que le plantearon la siguiente pregunta: Si vamos en dirección al oeste ¿Dónde llegaremos? A lo que el hombre respondió: Si durante tres años continuáis viaje hacia el oeste, llegareis a donde os encontráis ahora.

¿Es ese el destino que nos aguarda en nuestro viaje por la literatura de los desiertos?

Aunque escribo estas líneas frente al mar, vivo desde hace años en lo que técnicamente se llama una falsa estepa, un pueblo de la meseta castellana, rodeado de gentes en las que agoniza una civilización que subsistía sin grandes cambios desde hace varios milenios. Los campos cultivados se inician al otro lado del muro del jardín de mi casa. Quizá dentro de poco no exista quién los cultive. Todos vivimos un extremo racionamiento de la libertad, de la esperanza y del sentido de la vida.



Página del Diario de
Michel de Vieuechange
 En los años setenta asistí al final de la existencia nómada de las grandes tribus del Sahara Occidental, propiciado por los cambios tecnológicos y científicos, pero también por la mala política y la guerra. Por entonces no imaginaba que algún día subsistiría entre los fantasmas de una civilización desaparecida en mi propio país. En realidad, el desierto no está tan lejos de esta falsa estepa. Muchos sonidos e imágenes son comunes a uno y otra. Como el silencio y la presencia en primer plano de la naturaleza, pero sobre todo la soledad en que se produce el encuentro entre el ser humano y el mundo que le rodea, los elementos naturales y las fuerzas cósmicas. En realidad el desierto es el espacio en el que la perspectiva del hombre es sustituida por la perspectiva de la materia.

lunes, 30 de julio de 2012

Piñera: Coleccionista de infiernos.


Virgilio Piñara
El escritor Virgilio Piñera fue un coleccionista de infiernos.
Piñera llegó a reunir infiernos adaptados a todas las edades. No se hallaban bajo la tierra o los mares, en regiones impenetrables o en el interior de la corriente de un río turbulento. Para llegar a ellos no era preciso emprender largos viajes, escalar montañas o descender a las simas. Los infiernos siempre habían estado en él.

¡Piñeira hizo inventario de las piezas más preciadas de su colección en uno de sus Cuentos frios.

Cuando somos niños, el infierno es nada más que el Nombre del diablo puesto en la boca de nuestros pa­dres.

Después, esa noción se complica, y entonces nos re­volcamos en el lecho, en las interminables noches de la adolescencia, tratando de apagar las llamas que nos queman. ¡Las llamas de la imaginación!

Más tarde, cuando ya no nos miramos en los espejos porque nuestras caras empiezan a parecerse a la del diablo, la noción del infierno se resuelve en un temor intelectual, de manera que para escapar a tanta angustia nos ponemos a describirlo.

Ya en la vejez, el infierno se encuentra tan a mano que lo acep­tamos como un mal necesario y hasta dejamos ver nuestra ansiedad por sufrirlo.

¡Más tarde aún (y ahora sí estamos en sus llamas), mientras nos quemamos, empezamos a en­trever que acaso podríamos aclimatarnos.
Pasados mil años, un diablo nos pregunta con cara de circunstancia si sufrimos todavía. Le contestamos que la parte de rutina es mucho mayor que la parte de sufrimiento.


Por fin llega el día en que podríamos abandonar el infierno, pero enérgicamente rechazamos tal ofrecimiento, pues ¿quién renuncia a una querida costumbre?

domingo, 29 de julio de 2012

Los desiertos de Edgar Varese


Sopla el levante. Abro puertas y ventanas mientras escucho Desiertos  de Edgar Varese, obra en la que el compositor utiliza sonidos electrónicos grabados en oposición a los sonidos intrumentales. Todo vuela a mi alrededor. Es sorprendente como se establecen también conexiones entre el viento y la música, impulsos, movimientos del sonido a través del espacio, ritmos alterados, un timing distinto, otros clímax. La obra de Varese integra cualquier sonido. Entonces ¿por qué se llama Desiertos? Tal vez porque la música y el viento  son los sensores que nos revelan  que el mundo es  inasible y su sonido inaudible.




Sándor Márai: ¿El sentido de la vida es descubrir la verdad?


¿Ruidos de un bosque? Es el momento en que ocurren cosas no solamente en las profundidades del bosque, sino también en el fondo oscuro de los corazones humanos. "Porque - escribe Sándor Márai - los corazones humanos también tienen sus noches, colmadas de una pasión tan salvaje como la pa­sión de conquista y de caza que anida en el corazón del cier­vo o del lobo. El sueño, el deseo, la vanidad, la egolatría, la ira del macho sediento de placer, la envidia, la venganza ,todas las pasiones anidan en la noche del alma humana, siempre al acecho, como el zorro, el buitre o el chacal en la noche de los desiertos de Oriente".
Con Sándor Márai escuchamos los últimos latidos del corazón de la literatura centroeuropea. Se trata de un último encuentro, como el título de una de sus novelas en la que un anciano general, retirado tras la derrota de 1918 en un solitario castillo de caza al pie de los Cárpatos, recibe una carta y dispone una cena, idéntica a la última que compartió con el remitente de la carta cuarenta y un años antes. Cada vez que abrimos un libro que leímos hace tiempo ¿no es similar nuestra situación a la del general? En El último encuentro nos situamos en 1940, y tanto el general como Konrád, el visitante, saben que les quedan muy pocos años de vida.

Casa de Sándor Márai
¿Escuchamos ruidos en el bosque de nuevo? Un largo tiempo de espera precede a su llegada. Todo ha de estar a punto. Quien llega se alojará en las habitaciones de la mansión que nadie utiliza desde hace cuarenta y un años pero que cada dos meses se limpian puntualmente. El dueño de la casa vive recluido en una única habitación, la que fuera de su madre. El resto de la casa está clausurada desde que murió su esposa. Todas esas cosas las conoce Mini mejor que nadie. Para ella no puede haber secretos. Ella lo adivina todo a sus 91 años.

¿Y esos aullidos? ¿Ruidos de lobos? El niño que en otro tiempo amamantó es ahora un anciano. Mini, la nodriza, es el alma de la mansión. En medio de los bosques, a menudo cercada por la nieve o los lobos. Sucede en Hungría. Tengo la sensación de ir de cacería por un tiempo que ya no existe.

Sándor Marai y Thomas Mann
en 1935
La larga espera permite al anciano general rememorar su vida. Recuerda a su padre como a un oso. Toda una vida dedicada a la caza. Una casualidad le llevaría a unir su destino con una dama francesa, que siempre se sentiría extranjera en aquellos bosques, entre aquellas costumbres, en aquella lengua. El anciano estudió en Viena, en la Academia Militar donde estudiaba la nobleza del Imperio. Allí hizo amistad con Konrad - la persona a la que espera en este instante . Los dos muchachos, Henrik y Konrad, conviven como gemelos en el útero de una misma madre. Su relación , quizás, es demasiado estrecha. Al menos eso cree Mini, la nodriza, que a menudo tuerce el gesto.

Un día Konrad le desvela sus secretos. El primero es la pobreza. Sólo la abnegación y el sacrificio de sus padres le permiten estudiar en Viena. Si da una propina, su padre no fuma durante semanas. Sus padres han vendido su salud, su comodidad, su vejez, sus pretensiones sociales para pagar sus estudios.

Sándor Máraia la derecha
 de la fotografía
  El otro secreto de Konrad es la pasión por la música. “La música rompe en pedazos el mundo a su alrededor, durante unos instantes cambia las leyes establecidas de manera artificial". También le hace diferente.

Al acabar la Academia su amistad subsiste. Viven en Viena donde ambos son jóvenes oficiales del ejército imperial. Konrad "teme la música, a la que está ligado por unos lazos invisibles, como si el significado profundo de la música constituyese un mandato superior, algo que pudiese desviarlo de su camino, que pudiera romper algo en él".
Ambos tienen ventidos años. Henrik frecuenta los " bailes todas las noches, en los salones blancos y dorados, iluminados por las llamas oscilantes de las lámparas de gas, que tiemblan como alas de mariposa” Nieva mucho, y los cocheros transportan a los amantes bajo la nieve sín hacer ruido. Toda Viena baila bajo la nieve, y por las mañanas Henrik acude al viejo Picadero, para contemplar los ejercicios de los jinetes españoles y de los blancos caballos de pura raza.

Sándor Márai
Konrad, por su parte, vive encerrado en la casa y en sí mismo. Envejece con rapidez. Cuando Henrik regresa a casa de madrugada, tras sus andanzas por la ciudad, tiene el aspecto de un adolescente embriagado por los aires mundanos. Entonces charlan en voz baja, durante horas, como dos cómplices, "como si Konrad fuera un mago que permaneciera siempre en casa, reflexionando sobre el destino de las personas y de los efímeros fenómenos humanos".

En aquel tiempo les unía un sentimiento que sólo los hombres conocen: la amistad. Y ¿cuarenta y un años después? Todo está dispuesto para el reencuentro. "La mansion había empezado a revivir en las últimas horas, como un mecanismo al que hubiesen dado cuerda. Revivían los muebles, los sillones y los sofás a los que ha­bían quitado las telas protectoras, y también los retratos de las paredes, los enormes candelabros de hierro, los ob­jetos decorativos de las vitrinas y de la repisa de la chime­nea. Al lado de la chimenea había troncos para el fuego, porque a finales del verano eran frescas y húmedas las noches; de madrugada, el aire se llenaba de frío y todo se impregnaba de vaho. Los objetos parecían recobrar el sen­tido de su ser, parecían tratar de demostrar que todo ad­quiere un significado al estar en contacto con los seres humanos, al participar en la vída y en el destino de los hombres".
Allí tendrá lugar el reencuentro entre dos ancianos, dos hombres que fueron amigos y rivales tras de cuatro décadas de separación. Regresa el pasado, regresan las remotas regiones donde el recuerdo se refugia salvaje, regresan los códigos y valores que los cambios sociales y el paso del tiempo han convertido en anacrónicos y grotescos.

De repente la nodriza le pregunta a Henrik.

- ¿Qué quieres de este hombre? - .

Y Henrik responde:

- La verdad.
 

Buda, 1945

  Hay momentos en la vida en los que la verdad es el único horizonte posible. Por que ya no hay un después. Tal vez en otro tiempo la infidelidad de la mujer del general con Konrad y la deslealtad de éste tuvieran importancia. Cuarenta y un años después la indagación sobre si de verdad existe la amistad se convierte en una forma de comprobar que el mundo que ambos vivieron era real. La vida entera se convierte en respuesta a las preguntas más importantes. El general sabe que su amigo intentó asesinarle. Pero piensa que si no hubiera sido su amigo no hubiera huido al día siguiente de la ciudad y de él, de la escena del crimen, como un asesino, como un delincuente, y se hubiera quedado engañándole y traicionándole.

Por eso al encontrarse tras cuarenta y un años con el hombre que le despojó de su esposa y a punto estuvo de despojarle de su vida, la pregunta desnuda, auténtica, que le formula es ésta: ¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo y después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase?

De ese modo los dos, sabios y viejos, ya al final de sus vidas se reencuentran y desean la venganza... Pero ¿la venganza contra quién? " ¿Del uno contra el otro, o de los dos contra el recuerdo de alguien que ya no existe?”

sábado, 28 de julio de 2012

El destino de un griot: Bernard N'ZoutaniI


Bernard N'Zutani
En el mundo en que vivimos estamos persuadidos de quese puede evitar el destino trazado desde el nacimiento. A veces no sucede así. Incluso cuando ese destino se identifica con una actividad que ha desaparecido de la faz de la tierra. Os hablaré de Bernard N'Zoutani. Le conocí en el Festival de Narración Oral de Elche, dirigido por ese gran hombre de teatro que es Antonio González Beltrán.  El Festival reunía gentes expertas en el arte de contar cuentos en tres continentes. Los relatos de N'Zoutani fueron, tal vez, los que más nos facinaron. En el escenario y fuera del escenario. Pues al conversar con Bernard descubrí que el más apasionante de todos su relatos era su propia vida.

Había nacido en el Congo, antes de la alfabetización y de la expansión de la radio y la televisión en su país. Cuando no existia otra forma de trasmisión de la cultura que la oral.
Por entonces no hubiera tenido sentido preguntarle ¿qué quieres ser de mayor?
Bernard habría abierto sus grandes ojos vivos, repletos de perrplejidad ante la pregunta y la respuesta no hubiese sido muy distinta a esta:
¿Acaso puedo soñar con desempeñar otro oficio que el de griot? Mi destino ya está trazado. Mi lengua sustituirá a la de mi padre, mis pulmones a sus pulmones y mi mano ocupará el lugar de la suya sobre el mvet, la citara de cuatro cuerdas. Entonces mis labios serán la llave que abrirá el cofre de las palabras. Porque mi padre habrá depositado en mi cuerpo, como en un recipiente, la memoria que recibió, a su vez, de sus padres. Y conservaré, mezclados a la sangre de mis venas, eI origen de todas las cosas, los hechos de nuestros antepasados, la sabiduría de los que nos precedieron y el secreto del porvenir cuya semi­lla está en el pasado, pues el mundo es antiguo.

Bernard N'Zutani
E1 pequeño Bernard pertenecía una cultura cuyo único soporte era la palabra hablada, una palabra que no se llevaba el viento pues existía una casta de hombres y mujeres cuya misión era conservarla y trasmitirla. Quien nacía dentro de esa casta sabía que sus padres no sólo le habían trasmitido la vida, sino también el don de la palabra como una fatalidad.

Aprendió de memoria lo que otros pueblos guardan en bibliotecas y, hoy día, confiamos a los soportes electrónicos. A los catorce años acompañó a su padre a tañer la kora o la nkoni, semejantes al arpa y a la guitarra. Y observándo cómo su padre hablaba en público, se inició en las múltiples artes de la oralidad. Aprendió aexpresarse mediante imáge­nes simbólicas, a variar el ritmo de las palabras, a yustaponer los tonos, a dominar  la respiración, en proyectar  la voz, a alargar las sílabas para crear el efecto dramático, a improvisar para otorgar frescura y verdad a las tradiciones, rescatándolas para el presente.

Bernard N'Zutani
 Bernard había nacido en una sociedad férreamente jerarquízada, en la que cada individuo poseía un lugar preciso, sin posibilidad de alterar su destino. De forma que con los años, habría rellenado, co­mo en un molde, el hueco ocupado por su padre y como su padre habría gozado de res­peto e influencia, aunque perteneciera a una casta inferior, como la de los herreros o Ios tejedores. Pues su oficio no sería muy distinto: forjar y tejer las palabras.

Pero de pronto todo cambió. Casi de la noche a la mañana, la antigua organización social se desmoronó. Bernard:, convertido ya en un joven, siguió Ios pasos de muchos griots e intentó adaptarse a otros oficios, porque los hombres ya no querían escuchar las palabras que venían del pasado, sino otras distintas que sirvieran de conjuro a la extrañeza y la confusión del presente o, al menos, acallaran sus temores.

Griot con arco musical
Como tantos africanos tuvo que emigrar. En París, a donde le con­dujeron sus primeros pasos, vivió algún tiempo en un desván repleto de trastos inservibles. Su equipaje de viejas palabras le pareció que no tenía más valor que aquellos objetos deteriorados e inútiles. El largo aprendizaje que había sido su infancia, los mitos, las leyes de los suyos, las canciones de gesta, los proverbios, los cuentos popula­res, las fórmulas para provocar la lluvia o favorecer la cosecha, los conjuros para ahuyentar la enfermedad o la muerte, se convirtieron en un puñado de palabras irreales.

Aún  así es dificil borrar del todo los recuerdos y, de vez en cuando, las viejas palabras saltaban hasta sus labios y contaba alguna historia a sus amigos, acompañándose del dulce tañido de la kora. pero se convenció de que el destino que trazó su nacimiento, un destino que había creído inexorable, no se cumpliría jamás.

Kori
Sin embargo, su presencia se convirtió en la sal de todas las reuniones y fiestas de la comunidad de emigrantes africanos. Con el el aire se poblada de sonidos familiares y se mitigaba el ruido indescifrable de la urbe. ¿Cómo celebrar una boda o el nacimiento de un niño sin recuperar los propios gestos perdidos y reencontrados en los gestos del griot? Y cuan­do Bernard terminaba sus relatos con la fórmula de salida tradicional - Vuelvo a poner mi cuento alli donde lo recogí - pensaba que volvía a situar a su auditorio en el inmenso continente del que todos habian sido arrancados.

Poco a poco empezaron a requerirle en todas partes donde se reunía un grupo de africanos.. Abandonó el oficio ocasional del que se sustentaba - por entonces trabajaba como albañil -  y volvió a vivir como un griot. Algúnos franceses asistieron a sus sesiones y le reclamaron en centros culturales, co­legios e institutos. Descubrió que existe también un Africa oculta bajo la piel blanca.

Yo pude comprobarlo en aquel Festival de Narración Oral, junto a mi buen amigo Antonio González Beltrán.  Bernard N´Zoutani nos mantuvo en suspenso y maravillados, como a la totalidad del publico que abarrotaba el teatro. Ejecutaba el oficio para el que había sido formado desde niño, a pesar de que se encontraba a miles de kilómetros de la aldea que le vio nacer;  a pesar de que se dirigía a unos ojos y oi­dos educados en una tradición radicalmente distinta; a psar de que pertenecía a una época en la que los canales para la trasmisión de la cultura son otros. A pesar de todo su destino se cumplía. Su implacable destino de griot que, ahora sí está seguro de ello, jamás podrá eludir

viernes, 27 de julio de 2012

Bishop: magia y músculos


Washington Irving Bishop
Pero quien desbocó los caballos del mentalismo en el último tercio del XIX fue Washington Irving Bishop (1856-1889). Este mentalista californiano no sólo se decía capaz de adivinar cualquier objeto escondido en el escenario, también en cualquier escondrijo del teatro e, incluso, en no importa qué rincón de la ciudad. Por ejemplo, un imperceptible alfiler.

Bishop abandonaba el teatro en plena actuación, conduciendo un soberano tronco de caballos con los ojos vendados. En estas escalofriantes galopadas,  el mago, cuyo nombre en castellano significa obispo, se convirtió en el creador del efecto de la conducción con los ojos vendado y en un precursor del cumberlandismo. .

Privado de la vista, a la velocidad del rayo, Bishop atravesaba las calles de la ciudad para encontrar el alfiler, en compañía del espectador que lo había escondido. Como método de adivinación utilizaba la lectura muscular  que aprendió trabajando de asistente de John Randall Brown.

Porfirio Díaz
Durante su estancia en México ofreció dos sesiones privadas antes de actuar en el Teatro Nacional. Las crónicas de la época las describen con gran detalle. La primera se celebró en la residencia del suegro del presidente de la república. A ella asistió el yerno presidente, el general
Porfirio Díaz, que rigió la política mexicana entre 1876 y 1911. Bishop pidió a doña Carmelita, la esposa del general, que pensara en una melodía precisa. Sin que mediaran palabras, se dirigió al piano y tras unos instantes de concentración, inició los compases del último aria de Rigoletto.

Tras este primer acierto, solicitó a la dueña de la casa que pensase en un ser querido. Abandonó el salón y atravesó varias habitaciones. Se detuvo en una de ellas y tomó un retrato situado sobre la repisa de una chimenea que correspondía a la persona pensada.

Por último se formó una comisión compuesta por tres miembros elegidos al azar, a fin de que escogieran y ocultaran algún pequeño objeto. Eligieron secretamente un alfiler y lo escondieron en casa de uno de ellos, médico de profesión, en un estuche de cirugía. Hasta allí fue Bishop con los ojos vendados y encontró el alfiler disimulado entre los instrumentos quirúrgicos.

Al día siguiente, en el Hotel Jardín, ejecutó otro de sus números clásicos. Pidió a los asistentes que designasen una persona para que simulase un apuñalamiento y escondiese el arma homicida. Bishop se marchó de la habitación y, al cabo de un rato, regresó con los ojos vendados. Se dirigió a un tal Woheim, tomó su mano, intentando percibir las leves alteraciones musculares y descubrió el lugar en donde se hallaba el puñal.

En ambas ocasiones, ante un público compuesto de políticos, militares y banqueros del Porfiriato, proclives al positivismo, Bishop aseguró que sus adivinaciones no provenían de poderes sobrenaturales, sino de la concentración y la voluntad.

No siempre fue así. En una entrada anterior referí cómo traicionó a Anna Eva Fay, de la que fue representante, revelando las técnicas que empleaba en su número espiritista. Lo que no le impidió afirmar que estaba dotado de poderes superiores cuando presentó su propio espectáculo. El gran mago Maskeline le llevó a los tribunales por este motivo. La sentencia le condenó una multa de 10.000 libras y le prohibió ejecutar parte de su repertorio en Gran Bretaña.

Naturalmente Bishop no estaba dotado de poderes superiores. Pero su estado habitual tampoco solía ser normal. Era asiduo al alcohol y a las drogas. A veces, sufría ataques de catalepsia. Perdía la capacidad de contraer los músculos voluntariamente y se desplomaba, yaciendo inmóvil, aparentemente muerto.  Le aterraba la idea de acabar  enterrado vivo y, aún más, la posibilidad de que su cuerpo sufriera una autopsia en ese estado. Por eso solía llevar en el bolsillo una nota en la que avisaba de su enfermedad.

Escena de A Synopsis of the Butchery
of the Late Sir Washington Irving Bishop,
 De regreso a Nueva York, actuó en el Lamb´s Club, que frecuentaban y frecuentan aún gentes relacionadas con el espectáculo. Estaba intentando adivinar una palabra pensada por un espectador. Para ello levantó el brazo hasta tocar su frente con los dedos. Justo en el momento en que las yemas entraban en contacto con la piel sufrió un ataque. Cayó al suelo fulminado.

Al cabo de unos minutos se recuperó e insistió en proseguir la función. Pero de nuevo se desplomó y, en esta ocasión, el tiempo pasó sin que se apreciara reacción alguna.  A nadie se le ocurrió mirar en su bolsillo donde guardaba el papel que advertía sobre sus frecuentes catalepsias y las precauciones que se debían tomar para evitar lo que más temía.

Le hicieron un electrocardiograma del que se deducía la muerte clínica. ¿Los médicos se precipitaron al decidir la autopsia? ¿Le abrieron el cráneo en canal, tal como se aprecia en la fotografía adjunta, cuando aún estaba vivo? Su madre, Eleanor Fletcher Bishop, así lo pensó. Bishop procedía de una familia proclive al espiritismo y de carácter fuerte.


Las declaraciones de Eleanor en la prensa de la época son de un dramatismo macabro. Las recogió en un folleto titulado A Mother's Life Dedicated and an Appeal for Justice to All Brother Masons and the General Public. Afirmaba que cuando el bisturí troceaba el cuerpo de su hijo, Bishop mantenía la consciencia, aunque no podía moverse y evitarlo.

Bishop, capaz de adivinar cualquier cosa mediante la lectura muscular ¿murió de esta manera escalofriante a causa de la inmovilidad de sus músculos?

jueves, 26 de julio de 2012

Kawabata: Limpiar la herida y emponzoñarla.

 
Yasunari Kawabata
 ¿A qué llamamos belleza? ¿A qué llamamos tristeza? Ambas palabras se funden un fin de año con el pitido de un tren. Pero para mí no es  fin de año. Hoy es uno de los últimos días de un mes de julio. El sol se ha debilitado y una calima tenue desvanece la otra orilla del Estrecho. Mi imaginación viaja como un polizón en los barcos que atraviesan la niebla  y se introduce en la novela que no estoy leyendo, sino recordando.  

 Es fin de año para los personajes que habitan la novela. Uno de ellos,  Oki, viaja en tren  a Kyoto. Kawabata, el autor, nunca acabará de precisarlo en la niebla. Siempre mantendrá la tensión entre los aspectos contradictorios de sus personajes, reflejo especular del carácter igualmente contradictorio de cualquier manifestación de la vida.  En esta primera escena Oki está  hundido en su asiento, en un vagón panorámico, con los ojos fijos en los movimientos de un sillón giratorio que da vueltas en el vagón vacío. Soledad.  Los recuerdos hacen oscilar en su memoria la luz y la oscuridad.

 Acabo de poner una pieza de música japonesa para Koto, mientras intento evocar este viaje de Oki leído hace ya tiempo en el maravilloso libro de Kawabata Lo bello y lo triste. El libro es también para mí un recuerdo. ¿Por qué viajaba Oki a Kyoto? ¡Ah, sí! Su intención era oír las campanas que anuncian el nuevo año en el templo de Chion-in. Para los japoneses la llegada del nuevo año es – o era – un tiempo de expiación. En todas partes los templos  hacen sonar unas campanas que tienen en su exterior un vástago de madera suspendido con cuerdas que percute a la manera de un badajo, pero por el exterior. Son 108 los golpes porque 108 son los pecados humanos. La más grande de estas campanas es la del templo  de Chion-in que Oki sólo había escuchado a través de la radio.

Para Oki tal vez el peso de su culpa era grande también y, por ese motivo, acudía a aquel lugar. ¿O sólo le impulsaba la nostalgia? En todo caso era el momento de hacer balance. El sonido de las campanas le provocaba  inquietud.  Le ganaba una sensación punzante, dolorosa. El sonido del koto  corteja, así mismo,  una añoranza que a menudo se confunde con el pesar y el remordimiento.

En realidad, Oki siente el deseo apremiante de volver ver a Ueno  Otoko, una mujer que   veinte años atrás fue su amante, cuando apenas era una niña ¿Sería posible pasar este tiempo de expiación en su compañía?. ¿Escuchar juntos las campanas? ¿No es una idea disparatada? Hacía mucho tiempo que ansía verla. ¿Habrá cambiado?

Templo de Cho-nin
 Otoko se ha convertido en una pintora célebre. Sintiéndose casi como un espía, Oki ha contemplado sus  fotografías en las revistas de arte.  Pincel en mano, inclinada sobre un cuadro, continúa siendo muy hermosa. Ya no es una joven pero sus rasgos conservan el trazo  inconfundible y su figura se mantiene esbelta. Percibo el sonido de seda del Koto. Un mismo sonido puede provocarnos sentimientos distintos. En Oki, a medida que  revive el recuerdo de Otoko,  la nostalgia se troca en remordimiento.

Las novelas de Yasunari Kawabata no son estrictamente autobiográficas, pero, a veces,  se inspiran en  heridas,  dilemas, gozos y alegrías,  que le acompañaron desde su adolescencia. Escribe con un ojo cortado y en sus páginas nos interrogan como esfinges la soledad, el aislamiento, la indiferencia y  la belleza.  Cada realidad en discordia con su opuesto: La voladura de lo interior y lo exterior; la juventud y la vejez clavándose sus aceros; lo real y lo irreal golpeándose por sorpresa en la nuca; el amor armándose de odio; el placer rebosando dolor.  El filo de la vida se precisa en sus momentos de mayor intensidad. Desgarra las ocasiones felices, como  las desdichadas y alcanza el rigor inevitable de la tragedia.

Sólo la  emoción suaviza el tránsito entre las contradicciones del ser humano, entre  el interior y el exterior de los personajes, entre su  presente y el recuerdo.  Cuando al día siguiente Oki despierta, está lloviendo. Casi sin transición el sonido de la lluvia se transforma en la voz de Otoko veinte años atrás. Oki, frente al espejo, se anuda lentamente la corbata. Ella tenía  quince años y sus primeras palabras tras haber perdido la virginidad en sus brazos, fueron:
- Deja... Yo te haré el nudo...

La escena muestra cómo el se está vistiendo para separarse de ella y volver con su familia. Otoko le hace un nudo perfecto. Lo ha aprendido a hacer fijándose en su padre, que murió cuando ella tenía once años. La luminosa belleza de su rostro se refleja en el espejo

Evoco a pequeños sorbos el libro. Recurro a Sueños, la deliciosa pieza de Shinishiro Ikebe.  En mi imaginación esta música es el espejo que refleja el rostro de Otoko, su belleza punzante, sus gestos frescos, su consistencia casi metálica.  Los primeros capítulos de la novela enamoran al lector de una Otoko  prodigiosamente  hermosa, una criatura entregada por completo al amor. Cuando llega el momento de mostrar su otra cara, a Kawabata se le plantea el problema de  hacer verosímil el lado oscuro de un ser que nos ha deslumbrado. Recurre a otro personaje para encarnar la capacidad destructiva provocada por la frustración del amor. Keiko es la réplica que aparece en escena y se comporta, al menos en un principio, como un muñeco de ventriloquia, manipulado por Otoko.

Oki llama a Otoko y queda con ella al día siguiente. Entretanto pasa el tiempo con la mirada fija en las colinas batidas por el viento. ¿Qué sentido tiene el reencuentro? ¿Cómo interpretar los recuerdos? ¿Se podía hablar realmente del pasado? ¿Habían terminado sus amores alguna vez? Cuando el mismo sentimiento parece limpiar una herida y emponzoñarla ¿A qué llamamos belleza? ¿A qué llamamos tristeza? ¿Cómo distinguir una de otra?

miércoles, 25 de julio de 2012

Estallido literario al abrir un libro

Como si rompiera el precinto de un extraño específico, abro el el libro Gollerías de Ramón Gómez de la Serna. Se produce un gran estallido literario. El lector se introduce en el libro y dialoga con Ramón y su pulso contra la realidad que no merece ser real. .

RAMÓN G. DE LA SERNA.-  ¿Que harías si perdieses la cabeza?

LECTOR.- Todos hemos perdido alguna vez la cabeza.

RAMÓN G. DE LA SERNA.- Pero no es a ese estado de enajenación momentánea al que yo aludo.

LECTOR.- ¿Entonces a qué te refieres?

RAMÓN G. DE LA SERNA.-  Me refiero al hecho insólito de que a uno le desapareciese la cabeza de sobre los hombros.

LECTOR.- No lo puedo imaginar. ¿Qué crees que harías tu?

RAMÓN G. DE LA SERNA.-  Iría a los conciertos.
Dibujo de Ramón
en Gollerías

LECTOR.- ¿A los conciertos?,,

LECTOR.- Sí, a los conciertos. Y llevaría la mano al sitio en que tuve la oreja. ¿No has notado que en los conciertos, casi todos parecen que no tienen cabeza y que oyen por sitios misteriosos?

LECTOR.- ¿A ti te parece encantador perder la cabeza?

RAMÖN G. DE LA SERNA.- Sí. Y qué no se nos vuelva a parar una mosca en la punta de la nariz.
LECTOR.- Dejarias de oir 1as frases banales sobre los ojos, las pestañas, el cutis, la belleza del rostro.

RAMÓN G. DE LA SERNA.- A lo mejor nos fijaríamos en el espíritu.

LECTOR.- O en el dinero.
RAMÓN G. DE LA SERNA.- Si yo me quedase sin cabeza, me gastaría todo el dinero de peluquería en collares de perlas. Y tú ¿qué harías?

LECTOR ¿¿Me lo preguntas en serio o en broma?

RAMÓN G. DE LA SERNA.- Hombre en broma habría hecho una pregunta sobre la Edad Media.

LECTOR -. ¡Ah! pues si es en serio, te contestaré que si yo perdiese la cabeza... si yo perdiese la cabeza...

RAMÓN G. DE LA SERNA.--. Todavía no la has perdido. Aún puedes pensar por tu cuenta. Piensa, piensa.

LECTOR.- No podría pensar.

RAMÓN G. DE LA SERNA.--. Un escritor sin cabeza no tendría que dar explícaciones sobre lo que escribiese su pluma.
LECTOR.- Y cuando te vinieran a preguntar: ¿ qué opinas de esto y de lo otro?

RAMÓN G. DE LA SERNA.--. Les señalaría el sítio desalquilado de mi cabeza, y me ahorraría muchas explicaciones difíciles.
LECTOR.-. Pero no podrías escribir.

RAMÓN G. DE LA SERNA.- Todo lo contrario. ¡Qué máximas maravillosas escribiría si no tuviese cabeza!

LECTOR.-  ¿Cómo cuáles?

RAMÓN G. DE LA SERNA.- Estas por ejemplo: La Humanidad no será feliz hasta que no acabe la Humanídad." O esta. Lee.

LECTOR.- Los pueblos quieren gobernantes que piensen como ellos, para dejar de pensar como esos gobernantes en cuanto les den el poder.

RAMÓN G. DE LA SERNA.- Los escritores de anónimos son unos desgraciados que nunca han tenido ni tendrán novia. O esta otra. Lee.

LECTOR.- La Historia es una mentira de cinco millones de páginas.

Arte e hipnosis

 
Le vrai spectacle

Joris Lacoste es un hipnotizador que vende sueños. Doce sueños cuyas sinopsis cuelga en la pared de una galería de arte. El comprador será hipnotizado por el artista y se convertirá en el guardián del sueño que ha adquirido.

Lacoste investiga desde hace una década las posibilidades artísticas de la hipnosis. ¿Cómo activar poéticamente la imaginación?

El procedimiento que emplea es el siguiente. Escribe un guión y lo interpreta con el propósito de suscitar un sueño determinado en el espectador en estado de hipnosis, siguiendo la tradición surrealista, que consideraba a los sueños el andamiaje del inconsciente en la literatura.

¿En qué medida el estado de hipnosis es un lugar de experiencia estética? La hipnosis desencadena situaciones visuales, auditivas y táctiles que el espectador protagoniza en primera persona. Lo que viene a decirnos Lacoste es que el espectador se introduce en el sueño ajeno y acaba por transformarlo en propio. El sueño es provocado, inducido por la voz del hipnotizador, pero adquiere su propia dinámica al incorporarse al imaginario del espectador.  



 
Joris Lacoste
¿Un sueño puede ser una obra artística? ¿Qué clase de consistencia preserva o traiciona el delirio? ¿Qué clase de transfiguración produce el sueño inconsciente en el lenguaje?

Otras preguntas tienen un carácter sociológico y se refieren al papel de la obra de arte en la sociedad actual.

¿Puede el sueño integrarse en el mercado del arte? El procedimiento ha atraído a algunos coleccionistas. ¿Coleccionistas de sueños? Desean que el sueño les pertenezca en exclusiva, mantenerlo oculto para su disfrute personal o compartirlos con otros. Negocian el precio con el artista y con la galería.

¿Cuál es el precio de un sueño? Pues se trata de una obra inmaterial, un sueño sin soporte documental. Un sueño. Quizá Lacoste ha puesto el dedo en la llaga. Cuando alguien adquiere una obra de arte ¿qué otra cosa adquiere sino un sueño? 

martes, 24 de julio de 2012

El origen de Santayana en la isla perdida de Batang



Isla de Batang
  Las circunstancias que convirtieron a un muchacho español en un eminente filósofo norteamericano o que hicieron que un eminente filósofo norteamericano no dejase nunca de ser un muchacho español son una historia azarosa, a veces fantástica,  siempre enigmática que se inicia en la isla de Batang en Filipinas..  

Sus padres, dos personas cuerdas y reflexivas, que no compartían ilusión alguna, deciden casarse. ¿Por qué?  Sólo la pasión parecería justificar aquella unión tan poco justificada. Pero la pasión no fue la causa. Fue una irresistible fuerza, un impulso incontrolado, como si tiraran una vez más los dados. Quien así hablaba de sus padres es uno de los más importantes filósofos norteamericanos de todos los tiempos que, paradójicamente, aunque escribió toda su obra en inglés,  puede considerarse un escritor español, con algunas afinidades con la generación del 98.

George Santayana
Vuelvo una y otra vez a Santayana. Me gusta leerle por que me provoca una clase de perplejidad, que me permite rumiar conceptos e ideas con el ritmo lento y despacioso que reclama mi escaso temperamento filosófico. A la hora de pensar me siento más cerca de la actitud contemplativa de las vacas que de los principios activos del pensamiento de  los filósofos. Georges Santayana me ofrece pasto para mi irresolución y mis vacilaciones.  Tal vez, por que es el más paradójico de los hombres de los  que he tenido noticia. Creo que Sender tiene razón cuando asegura que el motivo es que  no  temía a las contradicciones. Santayana fue un ateo que escribió libros con aroma religioso. Fue un excepcional profesor -  catedrático en Harvard - al que le desagradaba dar clase. Un español -jamás renunció a su nacionalidad - que vivió como un ciudadano del mundo y pasó cortas temporadas en su país, aunque llevó siempre consigo, cosidas  su paisaje y su cultura. Americano de adopción y formación, vivió la mayor parte de su vida fuera de América y no adquirió nunca su ciudadanía. Anticlerical, fue a acabar sus días en un convento de Roma, donde prohibió a las monjas que le atendían cualquier alusión religiosa, Y antes de morir dispuso que lo enterraran en un cementerio católico, pero en la parte no consagrada, destinada a los execrables.

Está claro que consideró filosóficamente el margen si no como el lugar de la verdad, al menos como el espacio de la duda, tan fecunda como amada por los filósofos de todos los tiempos. ¿Incoherencia? ¿Sinrazón? Para abrirnos paso por ese aparente  cúmulo de contrasentidos, precisamos  algunas de las cualidades que activaban su mente: la viveza, la dialéctica y, desde luego, el sentido del humor.

Antes de llegar a sus padres es preciso hablar  de su abuelo materno. Su abuelo José pertenecía a una familia acomodada de Reus. Pero no era el mayor. Según el derecho que regía en Cataluña, la casa, las tierras y la autoridad correspondían al primogénito. Los hijos menores tenían que emigrar o profesar en la Iglesia.

El abuelo José se hizo deísta, seguidor de Rousseau y fracmasón. Cuando los cien mil hijos de San Luis restablecieron el absolutismo huyó a Mallorca. Allí conoció a una mocetona rubia de ojos azules, con la que se casó. Juntos, en busca de una sociedad más espontánea y natural, cruzaron el Atlántico y se establecieron en el estado de rural y jeffersoniano de Virginia.
Andrew Jackson

El nuevo mundo era también un mundo reciente, libre de tradiciones e hipotecas del pasado, aunque subsistía la esclavitud. Con los años José se convertiría en un ciudadano respetado y el presidente Andrew Jackson le designaría cónsul en Barcelona.

De este modo regresó el abuelo a la patria de la que había tenido que salir huyendo, viudo,  con gloria, perspectivas de ganarse el pan y una hija de nueve años sin bautizar que con el tiempo se convertiría en la madre de Georges Santayana.    

Tras el nombramiento del abuelo como cónsul norteamericano en Barcelona, todos se las prometían felices. Pero cesaron al presidente de los Estados Unidos y también le cesaron a él.

Embarcación filipina
Entonces sus amigos políticos - el abuelo era liberal - le ofrecieron un lucrativo puesto en Filipinas, en aquel tiempo colonia española. El viaje de Cádiz a Manila duró seis meses. A la llegada se enteraron de que el gobierno había cambiado y el puesto se lo habían dado a otro.

Se apiadaron de él y le nombraron gobernador de la remota isla de Batang, una de las islas Batanes, situadas en el extremo norte del archipiélago filipino.   El viejo era un hombre de hábitos sedentarios, malparado y decepcionado. No resistió el clima del trópico. 

La madre se quedó huérfana, sin bienes y sin amigos, sola a la edad de veinte años, en una remota isla donde era la única extranjera. “Pero dio muestras de su valor y carácter- escribe Santayana en su autobiografía -  Con el dinero que pudo ir reuniendo y con sus joyas por fianza compró o alquiló un pequeño velero. Contrató un patrón y un sobrecargo nativos y empezó a enviar cáñamo a Manila para su venta.

En un corto espacio  de tiempo reunió un pequeño capital y comenzó a sentirse segura e independiente. Adoptó la vestimenta nativa, rechazó las ofertas de acogida por parte de los parientes y amigos de su padre y  hubiera seguido para siempre aquella vida acorde con la naturaleza, a no ser por un incidente que lo trastocó todo. Aquella soledad a la vez trágica y protectora – prosigue Santayana-  se vio turbada por la llegada de una nueva persona. Batang seguía sin gobernador. Pero al fin se envió un gobernador, un joven.

¿Solos en la isla? Sin duda formaban un cuadro idílico en aquella isla tropical. Pero entonces no sucedió lo que hubiera sido previsible. Lo evitó el decoro. Ella huye para evitar el escándalo. Ella volvió orgullosamente la espalda a aquel joven intruso – precisa Santayana -  y regresó a la civilización, a Manila.  Pero el destino acabaría mofándose  de aquellos impedimentos. El estaba destinado, muchos años después, a convertirse en el segundo marido y  padre de Santayana.
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Pero eso sucedería más tarde. Para que exista un segundo marido, antes tiene que existir el primero.  En Manila la madre de Santayana conoció a otro joven: Un comerciante norteamericano de religión protestante. Se casaron en un navío inglés para evitar problemas eclesiásticos.

Boston en el XIX
Mi padre tendría que esperar para cortejarla y yo para nacer. Por lo pronto tuvo cuatro hijos. Murió el mayor. Lo que provocó que se encerrara en una callada desesperación, permanente, devastadora.

Su primer marido la envió, con sus otros tres hijos,  de Manila a Boston, en el tiempo record de noventa días. En aquel barco también viajaba un joven, el mismo que se cruzó en su camino en la isla.  Nuevamente intervino el azar ofreciendo una segunda oportunidad al destino.

El primer marido de su madre muere de manera prematura e inesperada. La joven viuda y los tres huérfanos se instalaron en Boston, bajo la protección de su familia política norteamericana,  con sus bienes filipinos: los mantones, abanicos, mesitas de laca china, vitrinas de cristal con árboles, frutas y animales y una esclava china - Juana - a la que había comprado, bautizado, por supuesto liberado y contratado como criada.

Hasta que estalla la guerra civil en Norteamérica y  abandonan  Boston para refugiarse en España. En Madrid, la madre  frecuenta un círculo de antiguos residentes en Filipinas que acostumbraban a reunirse para remozar antiguas amistades y evocar experiencias compartidas. Allí se encontraron de nuevo los dos jóvenes que coincidieron años antes en la isla de Batán y en el barco que les trasladó hasta Boston. .

 Si yo estuviera escribiendo una novela y no una historia – reflexiona Santayana - me sentiría tentado a inventar incidentes o conversaciones anteriores que pudieran explicar cómo leves impulsos se convirtieron en una fuerza irrefrenable.  Pero lo sorprendente es que aquellos dos seres no albergaban ilusiones recíprocas. Dos personas sumamente sensatas, de cuarenta y cincuenta años respectivamente, sin ninguna esperanza recíproca deciden casarse. ¿Por qué?

La respuesta a ese por qué me aproxima al Santayana que me fascina, al hombre en cuyos pensamiento, sumamente brillantes,  se incrusta la intuición, más brillante aún, de lo que otros sienten o piensan. Efectivamente es la actitud de un novelista. Era una unión tan poco justificada que sólo la pasión parecería justificarla, deduce. Pero percibe que esta explicación no puede ser cierta. Con el tiempo caen en sus manos  unos versos que escribió su madre cuando tomó la decisión de casarse, decisión que califica de irracional. Veinticinco años después la madre envió aquellos versos al padre, cuando ya era improbable que se volvieran a reunir. Los versos dejaban claro que era imposible la existencia de un amor entre ellos. ¿Entonces qué clase de impulso que no pudieron dominar les obligó a actuar? Santayana habla de una fuerza parecida al envite de unos dados que ruedan. Las cosas en conjunto les impulsaron a la acción – concluye – Pero tanto el como ella la realizaron sin ganas y con plena presciencia de las necesidades que les esperaban. Efectivamente  la visión del novelista pasa por encima de la del filósofo.  Fruto de aquel  impulso tan incomprensible como arrollador nació Georges Santayana el 16 de diciembre de 1863.

lunes, 23 de julio de 2012

Anna Eva Fay y la adivinación


Anne Eva Fay
Treinta años después de que Robert-Houdin inventara la doble vista, en 1870, Anna Eva Fay idearía un espectáculo de Vaudeville llamado a convertirse en un clásico del mentalismo: El juego de las preguntas y respuestas.

Pero vivió en la época dorada del espiritismo y se mantuvo prácticamente toda su vida en una frontera ambigua, oscilando entre la magia de escena y la doctrina de Kardec que pretendía elaborar una versión científica de la religión.

Su actuación en The Crystal Palace, en la que incorporó los efectos que realizaban los Hermanos Davenport, despertó el interés del químico William Crookes. El descubridor del Talio e inventor del tubo de descarga de rayos catódicos la invitó a repetir la experiencia en su casa.

Años antes, los Hermanos Davenport habían ofrecido una  sesión privada en la mansión de Arthur Conan Doyle con un resultados totalmente convincente para el escritor. Cuando se trataba de espiritismo Doyle se volvía la antítesis de su personaje Sherlock Holmes.
Crookes era un científico y  tomó  precauciones para la realización del experimento, aunque, por supuesto, no todas las necesarias. La transformación de los deseos en credulidad es un mecanismo difícil de controlar. Anna Eva Fay se encontraba  aparentemente inhabilitada para tocar ningún instrumento, pero Crookes escuchó nítidamente el sonido de una campana y se  persuadió de sus poderes para provocar la intervención de los espíritus.

Cartel del espectáculo de Eva Fay
 La traición de uno de sus ayudantes puso al descubierto las técnicas, en ocasiones muy sutiles, que utilizaba para realizar sus efectos maravillosos. Washington Irving Bishop acabaría convirtiéndose en un gran mentalista, pero cuando fue despedido por Anna Eva, hacia 1876, estaba más interesado en vengarse, que en proseguir su carrera. Sacó a la luz las tripas del espectáculo en el Daily Graphic, un periódico de Nueva York. A pesar de ello Anna Eva Fay  insistió en seguir presentándose como un  genuino fenómeno espiritista. El célebre detective inglés Allan Pinkerton ironizó sobre uno y otra en su novela The Spiritualists and the Detectives.
Una nueva traición, rescataría las contribuciones de Anna Eva Fay para el mundo de las artes escénicas. Su hijo se casó con una muchacha llamada Anne Norman, a la que enseñó el acto de  adivinación del pensamiento. Fue su nuera, con el nombre de Eva Fay, quien perfeccionó el método y puede ser considerada la primera médium teatral, que no recurre a las equívocas  explicaciones sobrenaturales para justificar su arte aparentemente imposible.. 

Harry Houdini y Anne Eva Fay
El público redactaba sus preguntas por escrito. Eran introducidas en un sobre cerrado. Eva aproximaba el sobre a su frente, hasta que el papel tocaba la piel y, poco después, adivinaba la pregunta y profetizaba la respuesta

En sus últimos años Anna Eva Fay recibió el reconocimiento de las sociedades mágicas y se entrevistó con Harry Houdini, a quien reveló el secreto de cómo había burlado al científico Crookes.

Barry Wiley un escritor especializado en temas relacionados con el mentalismo ha escrito una biografía de esta mujer fascinante con el título  The Indescribable Phenomenon - The Life and Mysteries of Anna Eva Fay.

domingo, 22 de julio de 2012

Situación de los saharauis .



Fotografía de Ricardo Ramírez Arriola
  Ni miedo ni esperanza asisten al animal que agoniza; el hombre aguarda su final teniéndolo y esperándolo todo; muchas veces ha muerto, muchas volvió a alzarse. Frente a los asesinos el hombre grande, en su orgullo, arroja su desprecio a la abolición del aliento; conoce la muerte hasta el hueso: la muerte es creación del hombre. Esta frase de Yeats expresa a mi juicio con la más certera cámara – la cámara de las palabras - la situación de los saharauis expulsados de su tierra.
Cierro los ojos y escucho el viento del desierto tal como se refleja en el interior del hombre despojado. Un irifi pertinaz sopla con fuerza, pero intermitentemente, en el desierto de mi imaginación. Jirones de arena se agitan y flotan sobre estáticos ríos, sobre un sol más inflexible que las piedras. Un saharaui camina de un lado a otro, escrutando la lejanía. Le llamaré Salek pues no puedo ver su rostro que protege con el turbante.

Salek habla con el viento: Eres cada vez más fuerte, pero te comportas como un adolescente, tan cerca, tan distante. ¿Viento o espacio? Mis palabras desaparecen contigo. Eso es todo. Llevas años aullando nombres de muertos. Te miro con los mismos ojos que los animales. Ellos se han refugiado en su propia sombra y aguardan. Fantasmas que por instinto saben que ninguna frontera detendrá la tormenta de arena. En poco tiempo estarán enterrados. También mi miedo y mi esperanza.

Vengo de un confín hasta otro confín. Pastos. Es como buscar incienso en la arena. ¿Cuántos años, cuántas décadas podremos permanecer detenidos aquí, sin agua ni alimentos? Hasta hace poco era un soldado. He peleado durante veinticinco años y me han herido en once ocasiones. Desde el alto el fuego he vuelto para criar un ganado inmóvil como las rocas. Es difícil respirarte, viento. Estás sediento de mi aliento. ¿Conseguirás lo que no lograron las balas enemigas? ¿Serás tu quien me arrebates la última bruma?

Buscaba la libertad y vivo confinado en la celda de mi mismo. No hay muros porque no hay más allá. Si extiendo la mano ya no puedo ver mis dedos. Sólo viento sin reposo, furia, creación y destrucción, sombra. Soy obstáculo que recubre la miel de la arena. Mi cara despunta en la superficie, protegida por el turbante. Debajo los pulmones llenos de ti, aguardan a que me abandones. Ya otras muchas otras veces me creí muerto. La vida y la muerte van y vienen. En el viento no logran definirse.